Los héroes de la fe

Uno de los capítulos más memorables de la Biblia se refiere a una galería de hombres y mujeres de Dios que alcanzaron el buen testimonio por un único motivo en común: su fe. Por eso, la expresión “por la fe” comienza los relatos, pues esta fue el secreto que los capacitaba a actos tan heroicos.

En la relación de nombres, saltan a nuestros ojos los grandes hechos de esos héroes. Entre ellos están:

• Ofrecer lo mejor de sí en sacrificio a Dios;

• Dedicar 100 años de vida en la construcción de un “barco”, lejos del mar, creyendo que un día vendría un diluvio;

• Dejar todo atrás sin saber adónde ir;

• Tener coraje de ofrecer en sacrificio a su propio hijo;

• Abandonar el lujo de un palacio para peregrinar en el desierto;

• Cerrar la boca de leones hambrientos;

• Salir ileso del fuego;

• Escapar del filo de la espada;

• Colocar en fuga a ejércitos poderosos;

• Vencer a la muerte, y mucho más.

Estos héroes de la fe, como son conocidos popularmente debido a su confianza en el Altísimo, se tornaron santificados por Él. Por eso, el mundo inicuo no era digno de la honra de tener su presencia (Hebreos 11:38).

¡Qué gloria tener a Dios como testigo de alguien de esa forma! Y mientras el Cielo los exaltaba, sus perseguidores en la Tierra los odiaban y los perseguían.

La fe que estas personas tenían les daba fuerzas para enfrentar al infierno y a las peores adversidades de su época. No les temían a las injurias, a las amenazas o a la muerte porque creían que el Altísimo era suficientemente poderoso para guardarlas de cualquier mal. Estos héroes no se refugiaban en la comodidad, no se acomodaban en las facilidades, no cambiaban su carácter bajo presión. Algunos fueron incluso torturados y asesinados de la forma más cruel y, aun así, no negaron sus principios. La fe aguerrida confía en Dios y Lo sigue, aunque el diablo haga mucho ruido debido a eso.

Quien de hecho cree no ve adelante un futuro incierto. Al contrario, su fe le da plena certeza de la eternidad al lado de su Señor.

Esta fe cree que Dios formó al mundo de la nada; por lo tanto, el justo es capaz de confiar que el Cielo permanece soberano sobre la Tierra y sobre cualquier circunstancia. Incluso cuando una injusticia parece prevalecer, no prevalece. Ese fue el caso de Abel, que era justo y fue asesinado. A pesar de eso, la muerte, para él, no fue el fin. Su fe le dio voz a su sangre, que testifica su fidelidad y predica por todas las generaciones hasta hoy.

Cuando un hombre o una mujer de Dios muere, nada muere con ellos, excepto su cuerpo. La fe que opera continuamente hace que su legado espiritual permanezca, que sus semillas germinen y que sus frutos generen otras vidas para la eternidad. Quien vive por la fe tiene su historia contada por el propio Dios, que honra a esa persona delante del mundo. Entonces, si “por la fe” tenemos una puerta abierta continuamente, por la cual podemos, con osadía, entrar y aproximarnos a Dios, “sin fe es imposible” que esa relación ocurra. Todas las puertas del Cielo se cierran para quien abriga dentro de sí la duda, el miedo o la incredulidad.

Pienso que la mejor parte de la “descripción de este pasaje bíblico de Hebreos esté en una pequeña observación que dice que estos héroes no solo vivieron en la fe, sino que también murieron en fe (Hebreos 11:13). O sea, continuaron en la guerra, luchando, enfrentando al diablo y creyendo en las promesas de Dios hasta el último suspiro de vida. Por eso, vale la pena recordar a estas personas, contar sus historias y tomar sus memorias por referencia.

¡Vivir por la fe y morir en fe son las más espléndidas de todas las victorias que alguien puede tener!

Sepa, mi amigo/a, que nunca habrá una convivencia harmónica y pacífica con el reino de las tinieblas, pues la luz y las tinieblas fueron, son y serán, para siempre, opuestas entre sí. No hay forma de unirlas en una concordancia porque, en la Creación, Dios ya había determinado la separación:

Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.

Génesis 1:4

Quiero decir con esto que, si usted es de Dios, va a tener que luchar contra las tinieblas. Cuando vino al mundo, el Señor Jesús sabía que tenía que enfrentar, confrontar y vencer a Satanás. Por eso, Él dijo:

El ladrón (diablo) solo viene para robar y matar y destruir; Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.

Juan 10:10

Aunque las obras malignas fueran abundantes y visibles en la humanidad, el propósito de la encarnación del Hijo de Dios fue despedazar completamente los grilletes que unían a la raza humana con Satanás desde la caída de Adán y Eva, en el Edén. El Señor Jesús vino para tornar al hombre libre del pecado y del mayor de todos los pecadores: el diablo.

(…) El Hijo de Dios Se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo.

1 Juan 3:8

El Señor Jesús vivió y murió para poner a todo el reino de las tinieblas en su debido lugar, de derrota y vergüenza. Entonces, no es aceptable que los cristianos de hoy sean de “cristal”, miedosos o que vivan intimidados, bajo el dominio del mal.

En el plan soberano del Dios Eterno, la propia criatura, usada por el diablo para desvirtuar y pervertir todo el propósito Divino, es la pieza clave que lo destruirá. Es decir, el Hijo de Dios, que Se hizo Hombre, vivió de modo perfecto, aplastó la cabeza de la serpiente y hoy nos da Su poder para que, así como Él, triunfemos sobre Satanás todos los días.

¿No es glorioso eso?

El Señor Jesús continúa Su trabajo por medio de nosotros. Eso significa que Él continúa manifestándose todos los días para deshacer las obras del diablo y colocarlo en fuga.

Usted que está viviendo este conflicto espiritual y espera que Dios resuelva todo, sepa que el Señor Jesús no va a descender de Su Trono para venir a la Tierra a hacer lo que es de su incumbencia. Nuestro Señor ya le dio autoridad para vencer los ataques del diablo en esta guerra. Usted ya tiene Su poderoso Nombre, Su Palabra (espada) y Su Espíritu. Siendo así, ya le fue concedido todo lo que es necesario para prevalecer. Pero, si eso no está sucediendo, es porque le sobra conformismo y le falta la indignación de la fe.

Mensaje sustraído de: Cómo Vencer Sus Guerras por la Fe (autor: Obispo Edir Macedo)

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