Negarse a sí mismo (Parte I)

Cuando les preguntamos a las multitudes quién desea ser salvo, es unísona la respuesta positiva. Sin embargo, son poquísimas las personas que están dispuestas a renunciar a sí mismas a cambio de la vida eterna.

El camino que conduce a la salvación del alma es estrecho y la puerta, angosta. Por eso, la mayoría descarta la salvación, optando por el camino ancho y espacioso, por donde se pasa sin tener que cambiar la manera de ser y de vivir.

El Señor Jesús nunca les prometió una vida fácil a Sus seguidores, sino que les alertó en cuanto al sacrificio constante que debían estar dispuestos a hacer por el Reino de Dios. Al hablar de las dificultades, Él alejaba a los emotivos y cobardes; pues, en el calor de las emociones, las personas toman decisiones que no se mantienen por mucho tiempo.

En la ocasión de los milagros, como el de la multiplicación de los panes y pescados, la multitud que seguía al Señor Jesús se mostraba quebrantada y dispuesta a servirlo. No obstante, sabemos que los milagros no producen una conversión genuina.

En el Salmo 78, son relatadas maravillas extraordinarias sobre lo que Dios hizo en Israel, especialmente del versículo 12 al 17; sin embargo, nada de lo que el pueblo vio y vivió sirvió para que se convirtieran. Es decir, el milagro no es sinónimo de arrepentimiento o cambio interior. Un corazón duro que recibe bendiciones puede tornarse aún más terco y rebelde.

Por eso, las Palabras del Señor Jesús son extremadamente honestas y prueban la fe de aquellos que dicen creer. La cruz (las renuncias) no fue solo para Él; es para todos los que desean seguirlo. Vea:

Y llamando a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará (Marcos 8:34-35).

El primer paso para ir en pos del Señor Jesús y salvar su vida es negarse a sí mismo. Es algo que contraría al corazón egocéntrico que desea que sus voluntades sean atendidas. La sociedad actual aplaude a aquellos que hacen todo lo que desean hacer y no le niegan algo al corazón. Es justamente lo opuesto a la enseñanza bíblica que dice: ¡niéguese a sí mismo!

Eso implica sacrificar nuestro yo, nuestros sueños y nuestros planes para hacer lo que el Señor Jesús haría si estuviera en nuestro lugar.

Continuará…

Si le interesa lea también: ¡Necio! (Parte II)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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