Al constituir a Israel como un pueblo para Sí, Dios lo instruyó a fin de que aquella nación no cometiera el terrible pecado de Satanás y sus ángeles. La advertencia divina vino en un momento estratégico: en el desierto, después de que Israel había sido liberado de la esclavitud en Egipto. El pueblo estaba preparándose para tomar posesión de la tierra prometida cuando el Señor lo alertó para que nadie dejara que su corazón se elevara y para que no cometiera el mismo pecado del diablo.
Guárdate, que no te olvides del Señor tu Dios, para no observar Sus mandamientos, y Sus derechos, y Sus estatutos, que yo te ordeno hoy: que quizá no comas y te hartes, y edifiques buenas casas en que mores, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multiplique, y todo lo que tuvieres se te aumente, y se eleve luego tu corazón, y te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de siervos (Deuteronomio 8:11-14 RVA).
Vea que hay un gran riesgo de que una persona se olvide de Dios, de que confíe en su propia fuerza, en su prosperidad o en su inteligencia. Por eso, ningún momento es más peligroso para la salvación que cuando hay mucho sosiego y prosperidad. Cuando se anda “en el brillo de las piedras”, como Lucifer, hay una tendencia a la autoexaltación y a la autosuficiencia.
No es difícil entender el alejamiento del ser humano de Dios cuando este disfruta de estabilidad, pues el corazón tiende a buscar su propio camino. En ese momento, la persona se olvida del Manantial de Aguas Vivas y cava para sí cisternas rotas en búsqueda de satisfacción.
El corazón es tan perverso que es capaz de transformar los beneficios de Dios en motivos para enfriarse en la fe.
Usted ya debe haber visto u oído hablar de personas que querían mucho la prosperidad (y no hay nada de malo en ese deseo, siempre y cuando sea para glorificar y servir al Señor), pero, después de que alcanzaron un patrimonio, pasaron a vivir en función de él. No tuvieron más tiempo para ir a los cultos y dedicarse a las cosas espirituales, pues tenían muchos quehaceres, viajes, negocios y compromisos que cumplir. Otras querían mucho la felicidad en la vida amorosa y se casaron; eran fervorosas en la fe cuando eran solteras, pero el apego y los cuidados excesivos con la familia que constituyeron se tornaron prioridades en sus vidas.
El corazón es donde el pecado pretende establecerse y reinar en absoluto en la vida de una persona.
Continuará…
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Autor: Obispo Edir Macedo