Airaos, pero no pequéis

En una sociedad podrida, corrupta e injusta, difícilmente podremos pasar los días libres de alguna falta o falla. Tenemos que admitir que algunas veces somos tomados por sorpresa por sentimientos de ira e indignación, por no soportar los abusos o las amenazas de la injusticia. Algunos teólogos le llaman a esto la “justa indignación”, puede ser de parte de Dios, como fue el caso del Señor Jesús:

“Entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas…” Mateo 21:12

También puede venir de parte del propio ser humano. Esta irá jamás debe servir de permiso o pretexto para cualquier otra forma de enojo. Esta es muy común entre los que militan en la carne o los incrédulos, que se aman más a sí mismos que a Dios y, por eso mismo, practican y ejercen toda suerte de enfados debido al egoísmo que reina en sus corazones. Este tipo de ira también es diferente de la que no condena la Biblia.

Como cristiano puedo airarme por las injusticias cometidas contra el pueblo de Dios, en defensa de Su obra, por el cuidado de Su casa, etc., pero nunca en búsqueda de beneficios propios. No son pocos los que se dicen de Dios y que con frecuencia han “distorsionado” el propósito de la palabra: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo…” (Efesios 4:26).

Yo creo que esta ira de la cual habla la Biblia es la que experimentamos durante nuestro ministerio de la Palabra de Dios, al ver tanta miseria y dolor. Cuando oigo verdaderas aberraciones de satanás a través de personas que son poseídas por entidades infernales, es cuando en lo más íntimo, me lleno de cólera contra el diablo y sus demonios. Cuando leo en los periódicos acerca de políticos deseando hacer leyes para obligar a niños en las escuelas a recibir instrucciones espiritistas totalmente contrarias a las Sagradas Escrituras, entonces la ira se enciende en mí… Ésta es la ira que nos es permitido sentir.

Martín Lutero confesó un día: “Cuando estoy airado puedo escribir, orar y predicar bien, pues todo mi temperamento está despierto y mi entendimiento abierto, y todas las preocupaciones y tentaciones mundanas desaparecen”.

Cuando la ira se aparta de los moldes bíblicos, esto es, cuando es producto del egoísmo, entonces debemos de tratarla con todo el cuidado para no dejar que produzca un sentimiento de rencor creciente, razón por la que el apóstol Pablo continúa amonestándonos a fin de que no dejemos que el sol se ponga sin que antes hayamos sacado el enojo de nuestro corazón. Naturalmente, nos quiso decir que cuando seamos asaltados por la ira, cualquiera que sea el motivo, ella tenga poca duración para que no nos perjudique y mucho menos a otros.

El rey David afirma: “¡Temblad y no pequéis! Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad” (Salmo 4:4). El sentimiento de ira debe tener poca duración, caso contrario construirá un castillo de males que será mucho más difícil de derribar con el perdón.

Una señora vino a mi despacho pastoral a solicitar ayuda. Durante toda su vida de casada sufrió, y este sufrimiento empeoró después que se separó de su marido. Enfermedades, problemas económicos y una serie de molestias y aflicciones la acompañaban.

Pasados algunos meses y después de haber efectuado varias cadenas de oración en la iglesia, ella presentó grandes mejoras. La situación económica estaba mejorando y las enfermedades cesaron, pero aún faltaba alguna cosa, porque ella no era totalmente feliz, que es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Le pregunté si había en ella algún sentimiento de rechazo hacia algo pasado que la mantuviera con rencor hacia alguien.

Después de responder que sí, le aconsejé que sacara aquel sentimiento del corazón, pues jamás sería totalmente bendecida y tendría que enfrentarse a futuros problemas. Ella respondió: “¿Cómo puedo hacer eso? No está en mí el deseo sincero de perdonar” Le aconsejé que pidiera ayuda al Espíritu Santo, que Él lo haría posible.

Gracias a Dios, ella no solamente perdonó a su marido, sino que logró volver con él a la vida matrimonial después de diez años de separación. Hoy sus hijos también están con sus corazones totalmente volcados a Dios. Hay alegría, paz y vida abundante en aquel hogar, porque el espíritu del perdón hizo posible la actuación del Espíritu Santo en su familia.

Continuará…

Si le interesa lea también: Sabiduría salvadora (Parte II)

Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo

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