Los seres humanos pasamos nuestras vidas buscando respuestas a preguntas que resuenan en nuestras mentes y corazones.
¿Por qué? La respuesta es: buscamos una respuesta que proviene del Señor Jesús.
La Palabra de Dios nos guía así: “Escuchadme, vosotros que seguís la justicia…” (Isaías 51:1). En otras palabras, cada ser humano lleva en su conciencia un sentido moral que busca la justicia.
A todos nos gusta la justicia.
¿A quién le agrada la injusticia? A nadie. No hay nada peor que la injusticia, que nos indica que la conciencia de la justicia no fue dada por Dios. La justicia se alcanza y se vive solo cuando estamos unidos a Él, porque el pecado es injusticia, es el diablo y es la manifestación del mal. En otras palabras, Dios es justicia, Satanás es injusticia.
Por lo tanto, donde reina la injusticia es porque el diablo está presente.
Buscamos a Dios porque Él sabe que anhelamos la justicia. Por esta razón, nos trae a Su presencia.
La Palabra dice: “Los que buscáis al Señor. Mirad la roca de donde fuisteis tallados, y la cantera de donde fuisteis excavados…” (Isaías 51:1). No hay nadie dentro o fuera de Su presencia que pueda decir que no necesita a Dios. Sin embargo, muchos dicen que no necesitan religión. En realidad, Dios no enseña sobre religión. Al contrario, Él nos enseña sobre la vida que hay en Él, y que necesitamos una relación profunda e íntima con Él para conocerlo.
Si no tenemos una relación con Dios, siempre nos sentiremos vacíos, como Abraham cuando era idólatra y creía en otros dioses, viviendo en desolación y fracaso.
Esto lo confirma el Señor Dios de Israel: “Antiguamente, Térah y sus hijos Abraham y Nahor, antepasados de ustedes, vivían a orillas del río Éufrates y adoraban a otros dioses” (Josué 24:2).
La condición de Abraham solo cambió cuando escuchó la voz de Dios. La voz de Dios es la voz de Salvación que nos trae a Su presencia. No es la voz de un pastor o un obispo lo que nos trae a Su presencia, sino la voz del Espíritu Santo.
Por ejemplo, cuando uno está sentado escuchando el servicio, no es la voz de un pastor la que nos mantiene sentados pacientemente, sino la voz del Espíritu Santo. No venimos a conocer a un pastor personalmente o íntimamente, sino a conocer la voz del Espíritu Santo.
Cuando uno oye la voz del Espíritu Santo, aprende los planes de Dios para su vida y su alma, que es eterna y consciente de esta eternidad.
Sin embargo, cuando uno aprende acerca de esta eternidad, se hace preguntas:
- ¿En la presencia de quién he vivido yo?
- ¿Quién soy yo?
- ¿Quién soy cuando estoy solo y en privado?
- ¿Cuáles son los pensamientos y sentimientos que alimento en mi mente y corazón?
Cuando uno puede responder estas preguntas, sabrá el destino de su alma.
La Palabra de Dios dice: “Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz” (Isaías 51:2). Abraham es el padre de la fe de aquellos que entregan sus vidas al Señor Jesucristo. Abraham es la referencia de la fe bíblica. Dios nos permite mirar a Abraham como ejemplo de fe, para que aprendamos a vivir con la misma fe que él usó.
¿Cuál fue esa fe de Abraham?
Las Sagradas Escrituras nos orientan: “cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije…” (Isaías 51:2). Abraham se casó con la mujer que amaba, pero se frustró al descubrir que ella era estéril. En aquel tiempo, era importante que la esposa pudiera tener hijos para formar una familia. Una mujer estéril en ese entonces no tenía futuro. Como se mencionó anteriormente, Abraham intentó buscar soluciones para su frustración, buscando en otras religiones, pero no las encontró. De hecho, ninguna religión, persona o cosa puede ofrecer una solución o respuesta, ya que el ser humano siempre enfrentará decepciones de alguna manera. Pero cuando uno conoce a Dios más allá del entendimiento, está preparado para cualquier situación.
Porque quien vive por fe no está dominado, entregado o controlado por sus sentimientos. Cuando uno tiene la sabiduría de Dios, que es la comprensión de la Palabra, está preparado mental y espiritualmente. La Palabra nos prepara para cualquier situación y nos separa de las emociones que sentimos, dándonos el poder de perdonar.
El perdón es difícil de dar, pero no depende de nuestras emociones, sino de lo que creemos, que es la Palabra de Dios. Ahí radica la diferencia de la fe de Abraham, la fe verdadera, la fe que viene de escuchar la Palabra de Dios con el propósito de obedecerla. Porque de nada sirve asistir al servicio si no estamos dispuestos a obedecer la Palabra que se predica.
Por ejemplo, ¿para qué uno consulta a un nutricionista? La respuesta es para estar más saludable. Pero cuando el nutricionista nos indica lo que debemos hacer, si no lo seguimos, ¿cuál es el problema? El problema radica en que no estamos dispuestos a sacrificar y obedecer lo necesario para estar saludables.
Lo mismo ocurre con Dios: si escuchamos Su Palabra con la disposición de obedecerla, recibiremos revelación y nuestra vida nunca será la misma, porque nuestra fe nunca será la misma.
Las Sagradas Escrituras nos dicen con detalle, “…y lo bendije y lo multipliqué” (Isaías 51:2).
¿Cuántas personas han sido bendecidas con la cura, la prosperidad en su familia y su salud? Sin embargo, cuando se trata de su vida espiritual, no crecen ni se desarrollan. Por lo tanto, no se multiplican. De nada sirve ser bendecido si uno no puede bendecir a otros.
El aspecto principal de la fe es poder bendecir a otros, empezando por la familia. ¿De qué sirve estar supuestamente en la presencia de Dios si seguimos siendo la misma persona problemática? Muchos en la iglesia han sido bendecidos, pero no han cambiado, siguen siendo los mismos hijos, esposas, maridos, familiares. No dan fruto ni edifican la vida de otros.
No multiplican.
¿Por qué? Muchos, incluso en la iglesia, se conforman cuando su vida está tranquila y las cosas parecen estar bajo control. Se entregan a la zona de confort.
Es esencial entender que Dios nos ha dado vida con el propósito de manifestar Sus planes y propósitos en y a través de nosotros.
¿Cuántas de las personas en la presencia de Dios han sido usadas por el Espíritu Santo para salvar? ¿Cuándo fue la última vez que le preguntaste al Señor Jesucristo qué quiere de mi?
Es fácil venir a la iglesia y pedir a Dios que nos bendiga en esto o aquello, pero si no estamos cumpliendo con Su voluntad, seguiremos siendo problemáticos. Fuera de la voluntad de Dios, somos el propio problema.
Si estás soltero, puedes conocer a la mejor persona del mundo, pero si no tienes comunión con Dios, tendrás problemas con esa persona, porque no estás completo en Él.
Una ignorancia espiritual común es pensar que, moralmente hablando, estamos bien si no pecamos. Pero la Biblia nos enseña que además del pecado moral, hay pecados de comportamiento espiritual, como no cumplir con la tarea de salvar a otros.
Dios quiere multiplicarnos para que nuestras vidas sean usadas para Su gloria. Si vivimos para buscar la gloria de este mundo, nos perderemos. Mañana, no estaremos más en Su presencia porque no atendimos Su llamado.
Los ganadores de almas se destacan, y naturalmente, serán bendecidos en otros aspectos. Pero lo principal es cumplir la voluntad de Dios: ser usados por Él para ganar almas.
Uno debe despertar a su condición espiritual.
¡Despierta!
Algunos dirán, “Pero fui sanado”. Pero eso no es suficiente. Dios quiere que a través de nuestras vidas haya salvación en nuestros hogares, trabajos y dondequiera que estemos, para ser influencias espirituales significativas. ¿Cuál es tu influencia espiritual en la iglesia, en casa, en el trabajo?
¡Es hora de reflexionar!
¡Dios le bendiga!

