La fe del rico y el Salvo

Lea este artículo con gran atención a los detalles. Hoy se va a hablar de la salvación y la perdición eterna. La Palabra de Dios nos enseña que hay la fe salvadora, la fe de la salvación eterna, y la fe de la bendición. La fe tiene diferentes niveles, lo que se observa en la diferencia de fe de una persona a otra. No todas las personas que han tenido fe para ser bendecidas han tenido fe para la salvación de su alma.

Tal vez usted se esté preguntando: ¿Dónde se ve esta diferencia en la fe en la Biblia?

Un ejemplo claro se encuentra en la historia de los diez leprosos en Lucas 17:11-19. Los diez leprosos buscaron a Jesús para ser sanados, y los diez fueron sanados. Pero, de los diez leprosos, solo uno regresó para dar gracias a Jesús. Este acto nos muestra que los otros nueve solo tuvieron la fe para ser sanados del mal físico. Solo uno de los diez se dio cuenta de que necesitaba de la salvación eterna, que es lo principal que necesitamos.

¿Por qué es necesario entender esto?

Porque muchas personas han asistido a la iglesia, llegaron enfermas, oprimidas, deprimidas, pobres, y a través de la fe fueron bendecidas. Sin embargo, muchas de estas personas, al enfrentarse con pruebas, luchas, decepciones, injusticias, y persecuciones, se fueron y se perdieron en este mundo. No regresaron porque nunca se dieron cuenta de que la fe de la bendición no es suficiente.

Regresamos al tema de la salvación y perdición eterna.

La Palabra de Dios comienza así: “Jesús dijo: «Había un hombre rico que se vestía con gran esplendor en púrpura y lino de la más alta calidad y vivía rodeado de lujos. Tirado a la puerta de su casa había un hombre pobre llamado Lázaro, quien estaba cubierto de llagas. Mientras Lázaro estaba tendido, deseando comer las sobras de la mesa del hombre rico, los perros venían y le lamían las llagas abiertas” (Lucas 16:19-21). Lázaro, aparte de ser pobre, sufría de enfermedades. Creía en el Dios de Abraham, pero no usaba la fe para mejorar su vida terrenal.

Continúa: “Con el tiempo, el hombre pobre murió y fue llevado por los ángeles para que se sentara junto a Abraham en el banquete celestial…” (Lucas 16:22). En este tiempo, antes de la venida del Señor Jesús, el entendimiento era que uno estaría en la presencia de Dios a través de Abraham. Esto cambió con la venida del Señor Jesucristo.

Sigue: “El hombre rico también murió y fue enterrado, y fue al lugar de los muertos…” (Lucas 16:22-23). El alma del rico fue llevada por los ángeles de la muerte al infierno. En otras versiones de la Biblia dice, “fue al infierno”.

La Palabra dice más: “Allí, en medio del tormento, vio a Abraham a lo lejos con Lázaro junto a él” (Lucas 16:23). El rico vio a Abraham junto al hombre que él menospreció durante años. Este rico, como veremos más adelante, era un hombre religioso que creía en el Dios de Abraham, pero tenía una fe teórica, no una fe práctica. No vivía su fe como las Sagradas Escrituras enseñan, pues despreciaba al pobre mendigo.

La Palabra revela más: “El hombre rico gritó: ‘¡Padre Abraham, ten piedad! Envíame a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua. Estoy en angustia en estas llamas…’” (Lucas 16:24). Pedía agua en un lugar sin agua, el infierno, un sitio de fuego y tormento. Estas palabras son literales y verdaderas; el infierno es un destino real donde existen el tormento y las llamas.

¿Por qué quiere el Señor Jesús que entendamos este caso?

Para que sepamos que, tanto en el cielo como en el infierno, uno seguirá teniendo consciencia. El hombre rico tenía consciencia de las decisiones que tomó mientras vivió en este mundo. Conocía al Dios de Abraham, pero hizo de su riqueza su dios. Esto es común tanto entre ricos como entre pobres hoy en día.

Pregúntese: ¿Cuántas personas solo viven para trabajar, perdiendo tiempo con la familia por ganar más dinero?

Trabajar es necesario, pero no debe ser lo único en nuestra vida. Ayudar económicamente a la familia es bueno, pero no debemos convertirnos en su único sostén financiero. Regresando al ejemplo del rico, adoraba su riqueza en lugar de vivir en la fe. Muchas personas, incluso en la iglesia, priorizan a su familia o bienes materiales sobre su fe. Pero Lázaro era un hombre pobre que sufría, tenía problemas con enfermedades y aun así siguió la fe y permaneció en ella. Porque nosotros, quizás mañana, pasaremos por problemas, enfrentaremos enfermedades, y quizás no tengamos fe para ser sanados. Incluso, tal vez mañana enfrentaremos problemas económicos. Pero cuando uno tiene la fe salvadora, nada puede afectar esta fe. Porque lo que uno valora por encima de todo es su salvación eterna.

Continúa: “Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que tuviste todo lo que quisiste durante tu vida, y Lázaro no tuvo nada…” (Lucas 16:25). Pero el problema no es tener o no tener. El problema es cómo uno maneja lo que Dios le ha dado. Si uno reconoce que lo que tiene vino de la Mano de Dios, debe obedecer y devolver lo que a Él le pertenece, que son las primicias y financiar su obra con las ofrendas. Porque este hombre rico vivía para sí mismo. El rico solo acumulaba tesoro en la tierra, pero el Señor Jesús nos orienta que acumulemos tesoro en el cielo (Mateo 6:19-21). Presentar nuestros diezmos y ofrendas con conciencia de fe para servir a Dios, es acumular tesoro en el cielo, que ni Satanás ni ningún hombre puede robar.

Sigue: “…Ahora él está aquí recibiendo consuelo y tú estás en angustia. Además, hay un gran abismo que nos separa. Ninguno de nosotros puede cruzar hasta allí, y ninguno de ustedes puede cruzar hasta aquí” (Lucas 16:25-26). Según la Palabra, solo hay dos lugares después de la muerte: el cielo o el infierno. El purgatorio y la reencarnación son doctrinas mencionadas por muchas religiones, pero según la Palabra de Dios, estas doctrinas son falsas. Está claro en el versículo que el Señor Jesús enseñó que solo hay dos destinos después de la muerte: el cielo o el infierno. La reencarnación y el purgatorio no existen, porque la Palabra no los enseña.

La Palabra de Dios dice: “Entonces el hombre rico dijo: “Por favor, padre Abraham, al menos envíalo a la casa de mi padre. Tengo cinco hermanos y quiero advertirles que no terminen en este lugar de tormento” (Lucas 16:27-28). El rico entendía que sus hermanos, aun siendo religiosos, estaban perdidos. El Espíritu Santo enseña que cuando uno no cuida espiritualmente de los suyos, es peor que los incrédulos. La Palabra revela otro detalle: de nada sirve invocar a cualquier santo. El rico invocó a Abraham, que era un hombre santo, pero de nada sirvió. No es la invocación de los santos, sin importar quién sea, lo que salvará a uno.

El Señor Jesús resucitado es el único que salva, no el crucificado. La imagen de Jesús crucificado y ensangrentado no salva. El Señor Jesús resucitó y está vivo.

La Biblia nos enseña a no tener ídolos, ni de aquellos que han muerto ni de los que están vivos. Muchos dicen que su ídolo es alguien famoso o un familiar; pero su único ídolo debe ser el Señor Jesucristo, porque solo Él es digno de nuestra adoración.

Adore solo a Él.

La Palabra sigue: “Abraham le dijo: “Moisés y los profetas ya les advirtieron. Tus hermanos pueden leer lo que ellos escribieron” (Lucas 16:29). En aquel tiempo estaban los Salmos y el Pentateuco, que son la Torah, los cinco primeros libros de la Biblia, y los libros de los profetas. No existía el Nuevo Testamento, que vino después con Jesús. Observe, no es suficiente conocer la Palabra. Tenemos que aplicarla y vivirla. Pero tiene que haber una renunciación del viejo ser para tener la experiencia del Nuevo Nacimiento. Hay personas que quieren seguir a Jesús, pero también quieren seguir sus propios pensamientos, sentimientos y deseos. Pero con Él no es posible, porque tenemos que vivir en obediencia conforme a Su Palabra.

Continúa: “El hombre rico respondió: “¡No, padre Abraham! Pero si se les envía a alguien de los muertos, ellos se arrepentirán de sus pecados y volverán a Dios.” Pero Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se persuadirán por más que alguien se levantara de los muertos” (Lucas 16:30-31). Hubo hombres que se levantaron de los muertos, como Lázaro, quien fue resucitado temporalmente, y aun así la gente lo quería matar. Pero no son las experiencias místicas las que salvan a uno. Hay personas que quieren tener visiones o ver una luz. La única Luz es la Palabra de Dios, y es Su Palabra la que nos da visión. Los sueños no tienen nada que ver con la revelación de Dios, solo son su subconsciente trabajando mientras uno duerme. Lo de Dios es consciente.

La Palabra de Dios nos enseña que todo lo de Él es racional (Romanos 12:1-2). Incluso cuando uno recibe el Espíritu Santo, todo es consciente. Su decisión de estar en los caminos de Él es consciente y es una decisión que solo usted puede tomar.

Dios le bendiga

Compartir:

Sanación interior

https://www.youtube.com/watch?v=w7uJ6MA_fN0 ¿Cómo es que uno se convierte en una persona ansiosa? La ansiedad nace en el momento en que uno

leer más