Las consecuencias de la vida acelerada

En la sociedad actual, la velocidad no es solo una costumbre: es una exigencia. Se vive corriendo, tratando de cumplir con horarios, metas, compromisos y expectativas, muchas veces impuestas desde fuera. El tiempo no se disfruta, se consume. Y ese ritmo acelerado, que aparenta eficiencia, cobra un precio alto: la salud.

Esta forma de vida deja poco margen para que el cuerpo se recupere, la mente procese o el alma encuentre paz. Muchas personas comienzan a presentar síntomas físicos y emocionales difíciles de explicar: ansiedad, fatiga, insomnio, problemas digestivos o enfermedades crónicas. Todo esto puede tener un mismo origen: la desconexión que produce vivir apurados.

Se habla ya de la “enfermedad de la prisa” o el “síndrome de la vida ocupada”. Las grandes ciudades, la tecnología y la búsqueda constante de progreso económico alimentan este estilo de vida vertiginoso. Caminamos deprisa, comemos “fast food”, aceleramos los audios a 1.5x y solo queremos videos breves. Hasta hacer fila nos irrita.

Tal vez sea hora de frenar. De preguntarnos si esta carrera constante nos acerca a la vida que queremos, o si solo nos aleja de nosotros mismos.

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