¿Existe realmente un enemigo peor que el propio mal?
Tenemos un enemigo que permanece quieto, escondido, y que silenciosamente se acerca cada vez más cuando nos distraemos. Espera el momento en que nos dejamos llevar por la emoción, el orgullo, las cosas materiales, el miedo, la duda o el rechazo.
Este mal nace con nosotros, conoce nuestras debilidades y sabe el mejor momento para atraparnos con cosas que parecen tener buenas intenciones. La Biblia identifica este mal como “el viejo hombre”.


En general, el mal siempre comienza atacando nuestra espiritualidad para luego corromper otras áreas de nuestra vida. Por eso la Biblia nos enseña:
“Que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos” (Efesios 4:22).


Aquí el apóstol Pablo se refiere a un tiempo antes de conocer a Jesucristo —una vida guiada por las pasiones, el egoísmo o la ignorancia espiritual. La vida antes de tener un encuentro con Dios representa un tiempo en el que sufríamos porque estábamos lejos de Él; un tiempo en el que nuestros pensamientos y comportamientos no concordaban con lo que está escrito.
En otras palabras, Pablo nos alerta de que debemos dejar atrás la vieja forma de pensar, hablar y actuar.

Pero, ¿por qué nos advierte sobre nuestra vieja manera de ser?
Es más fácil culpar al diablo (representante de todo lo malo) que reconocer el mal que nació con nosotros. Tal vez sea difícil aceptar que dentro de nosotros todavía existe algo del viejo hombre que no ha muerto. Pero el viejo hombre fue llevado a la cruz a través del sacrificio de Jesús:
“Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (Romanos 6:6).


Si el viejo hombre fue crucificado con Él para ser destruido, ¿por qué regresa?
Uno de los mayores sacrificios que podemos hacer es negarnos a lo que éramos antes. Pero el problema es que muchos insisten en que el viejo hombre resucite, en vez de permitir que el Señor Jesús resucite en su vida. El mal (los demonios) puede y debe ser expulsado, pero el viejo hombre debe ser negado cada día, constantemente.
Y sí, se puede admitir que antes de tener un encuentro con Jesús sufríamos, pero eso no debe ser una razón para dejar de negarnos a nosotros mismos. Todo esto también tiene que ver con la cultura de uno y con cómo uno se identifica en ella. Por ejemplo, cuando se dice que la gente de ciertos países es mentirosa, eso es solo una identidad social, pero no significa que las personas de otros países no mientan. Es decir, uno no puede permitir que nadie lo defina o lo identifique, porque eso le corresponde solo a Dios. Debemos identificarnos en Él y en Su sacrificio.

Recuerde: aunque tengamos heridas, tenemos el privilegio de conocer a Dios.
El viejo hombre trata de engañarnos con nuestros deseos de antes, pero no debemos permitir que resucite en nuestra vida, porque lo que él quiere es poner en riesgo nuestra salvación.
La Biblia nos enseña que el viejo hombre es peor que el diablo.


Ahora lo dejo con la pregunta:
¿Será que nos estamos negando o estamos poniendo nuestra salvación en riesgo?


Solo usted puede responderse esta pregunta, porque nadie puede negarse o sacrificarse por usted; la entrega es una decisión personal y de nadie más.