La ciudadanía

¿Qué significa ser extranjero?

Cuando hablamos de la fe individual, cada persona cree y vive su fe de manera diferente. Algunos tienen fe para recibir bendiciones, y otros para ser la propia bendición. Muchos, en este momento, están sufriendo porque no entienden la diferencia entre los dos.

¿Cuál es la diferencia?

Por ejemplo, cuando uno es de cierto país, puede caer en tres categorías: inmigrante, residente o ciudadano.

  • Un inmigrante es visto como un completo extraño en el país y el Estado, y muchas veces no tiene los mismos derechos que los demás.
  • El residente es reconocido, pero solo parcialmente, y los derechos que tiene son limitados.
  • Ser ciudadano significa que uno no solo es completamente reconocido, sino que pertenece a la nación o al Estado en el que está. Sus derechos no son limitados, sino garantizados.

Pero hay algo muy interesante acerca de la ciudadanía: así como promete derechos, también exige participación activa y responsabilidad.

La Biblia nos enseña sobre este tema:

“Recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora, en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo.” (Efesios 2:12-13)

El apóstol Pablo hablaba a los gentiles, personas que no eran parte del pueblo de Israel ni de los judíos. Antes de Jesús, ellos no tenían acceso a la salvación. En otras palabras, eran extraños a la Palabra de Dios, a Sus promesas, y no tenían fe ni vida espiritual. “Separados” significaba estar sin relación ni acceso a lo que Dios había preparado.

Sin embargo, Pablo no estaba hablando de religión, moral o cultura, sino de tener una conexión con Dios, algo que ellos, antes de Cristo, no podían tener. Les explicaba que, gracias al sacrificio de Jesús, ya no tenían que ser “extranjeros” o, mejor dicho, inmigrantes del pueblo escogido o del pacto de Dios.

“Pacto de la promesa” se refiere a Cristo Jesús y a lo que Él hizo para que todos no solo fueran bendecidos, sino también salvos.

Tener la ciudadanía de Dios no implicaba ser exclusivos por raza o cultura, porque esa separación se eliminó con Cristo. Lo más trágico que puede vivir un ser humano es una vida sin dirección, sin propósito y sin fe.

Cuando uno no tiene fe en Dios, su alma y su interior nunca se sienten seguros, sino vacíos. No hay peor soledad que vivir sin la esperanza del perdón y del amor de Dios.

¿Cómo puede uno cambiar esta condición de ser extranjero de Dios?

Por creer en el sacrificio de Jesús y en las promesas de Dios. Cristo fue la mayor promesa que Dios cumplió para que pudiéramos tener la salvación. Él no quiere que seamos inmigrantes o residentes de Su presencia, sino que tengamos una conexión directa con ella.

En otras palabras, no debemos enfocarnos solo en pedir o resolver, sino en perseguir las promesas. Una de ellas, y la más importante, es la herencia del Espíritu Santo, porque cuando lo tenemos, somos bendecidos en todo y tenemos la seguridad de que Él está con nosotros.

Dicho esto, deje de ser extranjero o de conformarse con solo ser residente; busque a Jesús, tenga un encuentro con Él, crea en Su sacrificio y, sobre todo, tenga fe para que usted sea ciudadano del Reino de Dios y reciba todo lo que Él tiene preparado para usted.

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