Aquellos que realmente quieren ganar almas para el Señor Jesús, deben concienciarse de la necesidad de los sacrificios continuos que tendrán que ofrecer en favor de aquellos a quienes desean salvar.
En muchos casos existe el riesgo de la propia vida cuando uno se sacrifica: es el caso del bombero que entra en medio del fuego para intentar salvar a aquellos que están allí dentro. De la misma manera sucede con el socorrista que se lanza en el mar para intentar salvar a quien se está ahogando.
Ahora bien, el ganador de almas necesita concienciarse de los riesgos que existen cuando se entrega para la salvación de almas. La lucha es dura, difícil y muy penosa, pues tiene que considerar que las almas están en las manos del diablo y para arrancarlas de sus garras, se tiene que entrar en lucha contra él, de cuerpo, alma y espíritu, no por los propios méritos, sino en el Nombre del Señor Jesús. Es ahí que entra el sacrificio, pues hay que perseverar en oraciones, en ayunos, en vigilias, en trabajos constantes, y en la renuncia de la propia voluntad.
El sacrificio se caracteriza por el dolor de la pérdida de alguna cosa en la intención de obtener otra todavía mayor; por eso, el sacrificio de los sacerdotes levitas o sacrificios levíticos exigían la sangre como elemento, ya que en ella está la vida de un animal.
Cuando Dios recibió la ofrenda de Caín no se agradó de ella porque era una ofrenda sin sangre, es decir, sin vida; pero él se agradó de la ofrenda de Abel porque tenía el elemento sangre.
Todos los sacrificios bíblicos, así como los sacrificios que alguien se predispone a hacer en función de alguna cosa simbolizan el sacrificio del Hijo de Dios para el rescate de la humanidad, y ésta es la razón de los sacrificios.
Todo en la vida tiene su precio; hasta la salvación eterna tiene su precio, que es la renuncia de la propia voluntad en función de la Voluntad de Dios. Cuando el Señor Jesús dijo que el que quisiera seguirle debería negarse a sí mismo, estaba diciendo que el precio de la salvación era la negación de sí mismo.
El propio Dios tuvo que pagar Su precio para salvar a la Humanidad: Él sacrificó a su Único Hijo para conquistar a otros tantos hijos; es decir, la ley del sacrificio tuvo inicio con el propio Dios.
Ahora, si nosotros queremos conquistar también alguna cosa, especialmente almas para el Reino de Dios, no hay otro camino que no sea el del sacrificio. ¡Positivamente el sacrificio es la distancia menor entre el querer y el realizar! ¡Quien quiere ganar almas necesita aprender a sacrificarse, de lo contrario, nunca va a conseguir hacerlo!
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