¿Por qué hay situaciones en la vida que uno no logra vencer?
Estamos en ese tiempo en que el año está por terminar y muchos esperan que el año nuevo traiga cosas nuevas y diferentes. Pero ¿cuántas veces uno ha dicho lo mismo y nada cambia? Se repiten las mismas ilusiones del año pasado, pero nada sucede.
Después de que pasa un tiempo y uno, frustrado porque nada ha cambiado, mira hacia el cielo y le pregunta a Dios:
“¿Por qué no respondes mis oraciones? ¿Dónde está Tu amor? ¿Dónde está Tu gracia? ¿Dónde está Tu misericordia?”
Pero muchos se olvidan de un gran detalle: el amor de Dios no es un sentimiento, sino justicia.
La justicia de Dios restaura, es fiel, responsable y verdadera. Sin embargo, muchos no la reconocen porque están acostumbrados a vivir en la infidelidad.
Por ejemplo, en la relación entre un esposo y su esposa: cuando una persona está casada, sabe que no debe involucrarse con otros y que debe ser fiel a su pareja. Sin embargo, hoy en día muchos ven la infidelidad como algo normal, como si fuera algo que simplemente va a pasar.
Pero eso no es amor. La traición no es fidelidad, ni es verdadera ni responsable.
Por eso la Biblia nos enseña así:
“Y Él os dio vida a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1).
Aquí el versículo destaca tres detalles clave: la condición en la que uno está sin Dios y de qué está lleno. “Delitos” y “pecados” son dos palabras distintas: una se refiere a la ley moral, a lo humano, y la otra a lo espiritual.
La condición de “muerto” significa estar distante, o en otras palabras, no tener una relación con Él.
Pero tal vez usted diga: el versículo menciona que Dios nos dio vida. Sí, Él dio vida, pero muchos no salen de sus delitos, pecados o de esa condición de muerte porque son incrédulos.
Ser incrédulo no significa no creer. Hay muchos que creen, pero aun así son incrédulos. El punto aquí es que no dan crédito.
¿Y cómo se da crédito?
El crédito se da por medio de la obediencia.
¿Pero por qué a muchos les cuesta obedecer o dar crédito?
La Biblia dice así:
“Ustedes dejaron que el mundo —que no sabe lo primero sobre cómo vivir— les dijera cómo vivir. Llenaron sus pulmones de incredulidad contaminada y luego exhalaron desobediencia. Todos hicimos lo mismo: todos haciendo lo que queríamos, cuando queríamos hacerlo; todos estábamos en la misma condición” (Efesios 2:3–4).
Muchos permiten que el mundo los engañe porque no conocen a Cristo Jesús ni lo que Él hizo por nosotros. Aquí vemos que, cuando nos llenamos de incredulidad, primero nos contaminamos y el resultado es la desobediencia. Pero esto no sucede solo porque el mundo nos influye; también sucede porque permitimos que la carne nos domine.
Debemos recordar que, cuando uno no tiene una relación con Él, es muy fácil ser influenciado por lo malo. Lo peor es que esto sucede de manera sutil: nos ataca a través de nuestros propios deseos y nos deja estancados. Nadie está excluido de esto. Nadie está exento de los delitos humanos, de los impulsos humanos ni de los pecados que se cometen en el proceso.
Por eso es tan importante acercarse a Dios y desarrollar una verdadera comunión con Él.
Ahora reflexione: si Él nos sacó —o nos puede sacar— de la condición de muerte y darnos vida, ¿qué nos está deteniendo?
“Tomó nuestras vidas muertas por el pecado y nos dio vida en Cristo” (Efesios 2:5).
Cristo nos ayuda a vencer la batalla, pero somos nosotros quienes debemos crear esa relación y vivir en obediencia.

