Dicen y no hacen

¿Cuál es la diferencia entre decir y hacer la voluntad de Dios?

Muchos hoy en día piensan que, si uno hace buenas obras, automáticamente tiene comunión con Dios o que entrará en Su Reino. Sin embargo, la Escritura nos muestra que hay más que simplemente hacer obras visibles.

Por ejemplo, todos nosotros, cuando conocimos la fe, fue porque alguien, en algún momento, nos habló, nos evangelizó o nos predicó la Palabra; y al prestarle atención, de ahí nació nuestra fe. Las personas que Dios ha instituido para enseñarnos —ya sea un pastor, obispo, familiar o amigo—, aunque estén haciendo una buena obra, no siempre están cumpliendo con la voluntad de Dios.

La Palabra nos enseña sobre esto:

“Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a sus discípulos, diciendo: Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen” (Mateo 23:1-3).

Pero, ¿qué quiere darnos a entender la Palabra cuando habla de los que dicen, pero no hacen?

Nos enseña que hay una gran diferencia entre enseñar la Palabra y predicarla. Predicarla es vivirla. Enseñar, en cambio, no necesariamente implica que quien enseña cree o practica lo que dice. Por ejemplo, un instructor de manejo puede enseñar todas las leyes de tránsito, pero eso no significa que él mismo las obedezca al conducir su propio vehículo.

Esto nos deja claro por qué es tan importante seguir los pasos de Jesús y vivir conforme a Su Palabra. Cualquiera puede aprender sobre la cultura de Dios y conocer las Escrituras, pero eso solo lo convierte en alguien capaz de enseñar. Desafortunadamente, es más común encontrar a quien enseña, que a quien verdaderamente predica con su vida.

La Palabra también nos habla de esto:

“Algunos, a la verdad, predican a Cristo aun por envidia y rivalidad, pero también otros lo hacen de buena voluntad; estos lo hacen por amor, sabiendo que he sido designado para la defensa del evangelio; aquellos proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Entonces qué? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré. Porque sé que esto resultará en mi liberación mediante vuestras oraciones y la suministración del Espíritu de Jesucristo” (Filipenses 1:15-19).

Como cristianos, nuestro deber es ser ejemplo en la forma en que vivimos, pero eso es solo una parte. Creer, tener fe y hacer todo con sinceridad para con el Señor es lo verdaderamente esencial para alcanzar la salvación. No estamos llamados a seguir el ejemplo de los hombres, porque eso no es fe. La fe es meditar en la Palabra, creer en ella y seguir los pasos de Jesús.

Para concluir, siguiendo con el ejemplo de alguien que aprende a conducir, cada persona puede tener diferentes motivos para querer manejar: algunos lo hacen porque ven que otros lo hacen, otros por rivalidad o por querer tener el mejor automóvil. Pero la pregunta es: ¿realmente tienen la necesidad de conducir?

De igual manera, todos nosotros tenemos una necesidad espiritual: conocer a Jesús, acercarnos a Dios, tener comunión con Él y recibir la salvación. Esta salvación es una necesidad del alma, y no debe buscarse por razones externas o vanas, sino por un deseo sincero de conocer a Dios y vivir con Él eternamente.

Uno debe proteger su fe de aquellos que “dicen y no hacen”, caminando fielmente en los pasos de Jesús y sin dejarse desviar por los ejemplos de los demás. Cumplir la voluntad de Dios significa seguir Sus pasos.

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