El Camino de la Fe

¿Será que uno está realmente viviendo por la fe?

Cuando uno asiste a la iglesia para escuchar la Palabra, tiene la oportunidad de oír la voz de Dios. Sin embargo, en el momento de escuchar, si uno no lo hace con fe, solo oirá palabras saliendo de la boca de quien predica. Es decir, sin fe, uno solo viene a oír la Palabra como si fuera información, y no como una revelación.

Es en ese punto donde surge la necesidad de meditar en la Palabra, para que uno pueda tener discernimiento y reconocer si lo que se predica es algo bíblico o simplemente una opinión humana. Es posible que alguien que está predicando hable desde su propia opinión; y ahí está el problema, porque si uno solo escuchó una opinión, esa opinión no le ayudará en el momento de las luchas.

Surge una vez más la necesidad de meditar en la Palabra, para poder discernir lo que es de Dios y lo que no.

La Palabra nos revela este tema así: “Poneos a prueba para ver si estáis en la fe…” (2 Corintios 13:5).

Ahí está el primer detalle de la fe: según la Palabra, la fe no se siente, se ve, porque da resultados. Dicho esto, para saber si uno está en la fe, debe estar de acuerdo con lo que está escrito. Es decir, nuestras acciones y reacciones, nuestras palabras, decisiones y elecciones, nuestros pensamientos y la manera en que alimentamos nuestra mente, todo debe estar alineado y en acuerdo con la fe escrita.

Sigue: “…examinaos a vosotros mismos…” (2 Corintios 13:5).

Por eso la Palabra nos aconseja examinarnos a nosotros mismos, porque la fe es personal e individual. La salvación del alma es individual y depende de la fe. Una vida victoriosa por la fe depende de nuestra entrega constante. No depende de nadie más ni de nada más. La fe solo depende de cómo uno la está viviendo, de cómo uno está dando lo que la fe determina.

Es importante que uno examine su fe, porque si pasa por una lucha y no está en la fe, terminará entregándose a la lucha. Cuando uno permite que el problema o la lucha lo consuma y se arraigue en su mente, ahí nacen las dudas. Y en la fe no hay espacio para las dudas.

Cuando uno está entregado a la fe y la vive, es consciente de que sufrirá persecuciones e injusticias. Es más, cuando uno está verdaderamente entregado, muchos no lo entenderán, comenzando por su propia familia. Amigos, familiares, compañeros de trabajo y personas en el entorno lo despreciarán, porque uno ha tomado la decisión de seguir la fe escrita y al Señor de esa fe.

Pero cuando uno vive por esta fe, cree que, tarde o temprano, por el ejemplo de seguir al Señor, toda esa gente que lo despreció también querrá tener una relación con Dios y conocer a Jesús, aunque sepan de las luchas que tendrán que enfrentar. Todo esto sucede porque nadie busca a Dios por amor; uno solo decide buscarlo cuando está pasando por un sufrimiento verdadero.

Las luchas y persecuciones son parte de la fe, y así se nos enseña: cuando nos suceden estas situaciones, no deben parecernos extrañas. Al contrario, son parte de cómo nos damos cuenta de que estamos en el camino correcto de la fe.

Uno debe poner su fe a prueba para ver si está realmente en la fe. Pero esto significa que uno debe estar preocupado por su propia fe y no por la de otros. Uno puede orientar y cuidar a los demás, pero no debe someterse a la preocupación, porque si está en la fe, sabe que con esa misma fe puede imponer derrota a los problemas que otros estén viviendo. Uno entiende esto porque así fue en el pasado y sigue siendo así hoy.

Uno tiene que asegurarse de su salvación, porque cuando pase por la puerta de la muerte, entrará solo, y no con nadie más, ya que la salvación y la fe son individuales. Y cuando uno pasa por esa puerta, lo que enfrenta es de uno y de nadie más. Sin embargo, cuando uno tiene al Espíritu Santo —fruto de esta fe—, Él le da la certeza de que sus ángeles lo estarán esperando para llevarlo a su gloria. Pero para ser salvo de esta manera, uno debe obedecer, porque es lo que determina la fe.

La Palabra concluye así: “…¿O no os reconocéis a vosotros mismos de que Jesucristo está en vosotros, a menos que en verdad no paséis la prueba?” (2 Corintios 13:5).

Entonces, ahí es donde nos damos cuenta de que siempre, antes de cualquier conquista, habrá una prueba. Y dependiendo de la conquista, la prueba será pequeña o grande. Muchos dicen: “¡Señor, yo quiero cosas grandes!” Pero, ¿será que uno está listo en la fe para la prueba que viene con lo que desea?

Se repite: toda fe trae lucha y prueba, pero si uno tiene entendimiento de lo que va a suceder cuando anda en el camino de la fe, entiende que con esa misma fe vencerá todo, venga lo que venga y suceda lo que suceda. Pero uno tiene que estar alineado con Dios y obedeciendo lo que está escrito.

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