El vio La gloria de Dios y la deseó. Lo que le sucedió puede también pasar con el siervo. El siervo es el único que puede destruirse a sí mismo, cuando permite que el orgullo entre en su corazón.
Surge una pregunta: ¿Es posible que una persona tenga el sello del Espíritu Santo, y sea poseída por el espíritu de orgullo? Es claro que sí, y no sólo por ese espíritu, sino también por cualquier otro espíritu maligno.
Lucifer es el mayor ejemplo de eso, era el querubín de la guarda del trono de Dios, tenía autoridad sobre todos los ángeles (arcángeles, querubines y serafines). Vivía en la presencia de Dios. No había nada que impidiera su comunión con el Altísimo, porque todo era santo, puro y perfecto. Sin embargo, cayó, permitiendo que naciera dentro de él un deseo maligno.
Compare nuestra situación con la de Satanás.
Vivimos en un mundo radicalmente contrario al que él vivía y habitamos dentro de un vaso impuro, mientras él disfrutaba de la santidad, sin embargo, cayó; entonces, ¿no sería también posible que el siervo, en este mundo malo perdiera la gloria de Dios?
Muchas veces, la persona es cristiana y llena del Espíritu Santo, pero por no mantener un constante cuidado de su corazón, puede dejarse llevar por el sentimiento de la codicia que sus ojos transmiten a la mente.
Si en la mente no hubiera una inmediata resistencia de fe, el pensamiento maligno descenderá al corazón, dando luz a aquel sentimiento maligno. En ese momento, el Espíritu de Dios ya no tendrá más acceso al corazón, se entristecerá y se apagará en aquella vida. Por supuesto que para llegar a ese punto el Espíritu Santo ya debió haber agotado todos los recursos para ayudar aquel siervo. Y la resistencia de éste a la voz del Espíritu, se constituye en un pecado imperdonable. Creo que el espíritu de orgullo es el más peligroso de todos ¡Hasta el pensamiento de pureza y santidad puede llevar a la persona al orgullo de santidad! ¡Eso es terrible!
El Señor Jesús dijo a Caín:
“…el pecado está a la puerta, acechando. Con todo, tú lo dominarás” Génesis 4:7
El escritor a los hebreos dijo:
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia…” hebreos 12:1
Continuará…
Libro: El Señor y el siervo
Autor: Obispo Edir Macedo

