El Trono de la Luz

¿Será que uno tiene el trono del mal en su vida?

Cuando el Señor Jesús dio Su vida en la cruz, Él sufrió todo por nosotros. Lo hizo por el amor que tenía hacia nosotros. A eso se le llama rendición.

Rendirse significa darlo todo, así como lo hizo Jesús al entregar Su vida. La grandeza de Su rendición transformó lo que era símbolo de muerte en símbolo de vida: la cruz. Y es por esa fe de vida que nosotros nos convertimos en benditos, pero debe haber entrega —o mejor dicho, rendición.

Pero, ¿cuál es la razón por la que se necesita la rendición?

La Palabra nos dice así: “Yo sé dónde moras: donde está el trono de Satanás. Guardas fielmente mi nombre y no has negado mi fe, aun en los días de Antipas, mi testigo, mi siervo fiel, que fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás” (Apocalipsis 2:13).

Existen lugares donde el mal ha sido entronado; pero cuando uno entrega su vida a Jesús, el mal es destronado. Sin embargo, se repite: debe haber rendición para que uno se convierta en bendito, para que lo que estaba muerto se transforme en una vida llena de bendiciones.

La rendición es tan profunda, que cuando uno es convertido por esa entrega, no solo se convierte en bendito, sino que también bendice todo lo que le pertenece, incluyendo a su familia.

Es de esta manera que uno sabe que el trono del mal no está en su vida: cuando lleva la bendición a todo lo que le pertenece. Es decir, cuando uno pone al Señor en primer lugar, está tomando la decisión de entronarlo en su vida.

El Señor es el trono de la vida eterna, y es Él quien nos convierte en benditos.

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