¿Será que vivimos con la convicción para cumplir nuestros propósitos?
La humanidad tiene muchos planes o propósitos, buenos o malos. Por ejemplo, hay grupos sociales, políticos o activistas que, cuando uno se une, buscan que uno se vuelva como ellos y hasta que reclute a otros por admiración. La admiración humana puede ser engañosa, y algunos grupos incluso reclutan con malas intenciones, como las pandillas.
Dicho esto, ¿qué nos da un plan positivo que solo desea nuestro bien?
La Biblia enseña: “Aun así, era lo que Dios tenía en mente desde el principio: quebrantarlo con dolor. El plan era que Él se entregara como ofrenda por el pecado, para que de esa entrega brotara vida—vida, vida y más vida. Y el plan de Dios prosperará profundamente a través de Él” (Isaías 53:10).
Aquí, el profeta está hablando de Jesús y del plan que Dios tenía para Él. Pero hay un detalle que muchos no vemos en este versículo: “El plan era que Él se entregara.” Si lo leemos bien, nos damos cuenta de que el Señor Jesús no estaba obligado a este plan; Él tenía opción por medio del libre albedrío. Dios no lo impulsó ni lo obligó a entregarse como sacrificio por nuestros pecados. Jesús tuvo que someterse, por Su propia voluntad, a los planes de Dios para convertirse en nuestro Salvador.
A través de Jesús vemos lo que sucede cuando se sigue el plan de Dios, porque por Su sacrificio muchas vidas fueron salvadas.
Seguir Sus planes nos da bendiciones en abundancia.
¿Cuáles son los pensamientos que toman lugar en su mente?
La voluntad humana es soberana porque nadie es obligado; cada uno decide por sí mismo, así como Jesús decidió someterse a los planes de Dios. Muchos hoy viven guiados por sus propios deseos, por los deseos de otros o por pensamientos humanos, pero no por los de Dios, quien es el único que desea lo más positivo y el bien total para nosotros.
“De aquel terrible sufrimiento de su alma, verá que valió la pena y se alegrará de haberlo hecho. Por lo que Él experimentó, mi Siervo justo hará que muchos sean hechos justos, pues Él mismo cargó con el peso de sus pecados.
Por eso lo recompensaré en gran manera, con lo mejor de todo, con los más altos honores, porque enfrentó la muerte sin retroceder, porque abrazó a los más despreciados. Él llevó sobre Sus hombros el pecado de muchos y tomó la causa de todos los que estaban perdidos” (Isaías 53:11-12).
Jesús se sometió completamente a los planes de Dios, pero no por religiosidad ni por obligación. Seguir el plan de Dios no es como pagar facturas o impuestos cada mes; no es algo mecánico. Uno lo hace porque tiene amor para cumplir Sus planes y alcanzar a las almas despreciadas. La recompensa es mucho más grande de lo que uno imagina.
Por eso nuestros pensamientos deben ser como los de Jesús: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra” (Juan 4:34).
Su alimento, Sus pensamientos, Su deseo y Su hambre eran solamente para hacer la voluntad y cumplir los propósitos de Aquel que lo envió; de ahí siempre surge lo grande y lo abundante.
No se permita ser guiado por lo que engaña y por lo que nos separa de los pensamientos de Dios. Busque lo Alto, porque ahí siempre veremos lo bueno y lo completo en nuestra vida.
El Espíritu Santo nos espera para que lo recibamos y vivamos con Su convicción.

