¿Será que uno está entre los escogidos?
Cuando la verdadera fe es despertada, siempre proviene de la Palabra. Aunque los ejemplos puedan ser buenos, la fe no puede ser una acción motivada únicamente por el ejemplo de un pastor, obispo o cualquier otro hombre. Supongamos que estos hombres enfrentan dificultades espirituales: si la fe no ha sido despertada por la Palabra, uno no va a entender las acciones que ellos tomaron para superarse. La fe, en su pureza, siempre debe ser despertada por la Palabra de Dios. Es ahí donde entra en la mente y en el corazón, para que uno se alinee con Él.

En cualquier dificultad, la fe propia no debe dar lugar a la murmuración, la duda ni a pensamientos dominados por las probabilidades negativas. Cuando uno permite que esos pensamientos lo venzan en la mente y el corazón, eso demuestra que su fe no está bien definida, porque la derrota interior inevitablemente se reflejará también en el exterior.

Ahí está el problema principal: muchos son vencidos en su fe porque no están reaccionando conforme a lo que está escrito. La Palabra nos enseña así sobre este tema espiritual:
“Y les refería Jesús una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer, diciendo: Había en cierta ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre alguno” (Lucas 18:1-2).
Según la Palabra, uno no debe dejar de orar ante ninguna situación; siempre debe mantenerse en oración. Esta es una de las maneras en que se debe reaccionar frente a cualquier circunstancia. Para recibir justicia, uno debe buscarla, y por eso no se deja de orar.


¿Será que uno espera que la justicia haga justicia en nuestra vida?
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“Y había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él constantemente, diciendo: ‘Hazme justicia de mi adversario’” (Lucas 18:3).
Esta viuda estaba atravesando un momento difícil. Todo estaba en su contra: además de ser viuda, vivía en una sociedad que la despreciaba por su condición. Y para empeorar las cosas, el juez que debía ayudarla estaba siendo injusto con ella.

“Por algún tiempo él no quiso, pero después dijo para sí: “Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote la paciencia’. Y el Señor dijo: Escuchad lo que dijo el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos…?” (Lucas 18:4-7).
Dios hace justicia a sus escogidos, pero ahí está la palabra clave: escogidos.

Reflexione:
¿En qué condición espiritual se encuentra usted en este momento? ¿Será que es uno de los escogidos, o todavía está en la condición de solo haber sido llamado?

Si reflexionamos sobre la condición de los que son llamados, entendemos lo que enseñó el Señor Jesús mientras caminaba en esta tierra: muchos son llamados, pero pocos son escogidos. Muchos piensan que, por asistir a la iglesia, ya son escogidos, pero desafortunadamente no todos los que asisten a la iglesia lo son. Uno puede asistir, pero eso no significa que haya habido una verdadera entrega. Ahí está el problema: uno debe luchar para que esa condición sea transformada y así llegar a ser uno de los escogidos. La promesa de justicia es solo para los escogidos.
Pero, ¿por qué Dios hará justicia solo para los escogidos?


La Palabra nos enseña así: “¿Y no hará Dios justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:7-8).
Esto es lo principal que se encuentra en la mente y el corazón de los escogidos: la fe en la justicia de Dios. No solo la fe en el poder de Dios, sino en Su justicia. Cuando se habla de tener fe en Dios, se habla también de las reacciones que uno toma ante cualquier situación. No se trata solo de creer en Su poder, justicia y carácter. Uno puede decir que cree, pero si no actúa conforme a esa fe, es como si no creyera.

La fe es acción.
Es un deseo constante de agradar a Dios y de ser contado entre Sus escogidos.
Ante las dificultades, es natural que uno enfrente conflictos y luchas internas en el primer momento. Pero eso no significa que uno deba entregarse a ellas. No es natural que el escogido abandone su fe.
La Palabra lo afirma: “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que pidan en mi nombre” (Juan 15:16).
La fe del escogido no nace de sí mismo, viene de Él.

Fue Dios quien dio la fe.
El fruto que permanece es el del firme, del escogido, de aquel que entiende que el Señor actuará en el momento preciso. Quien no es escogido y solo cree en el poder de Dios, no logrará comprender que es Él quien elige el momento exacto en que uno más necesita fortaleza, dirección y justicia.
El escogido recibe todo en Su tiempo, no en el nuestro.

Dicho esto, el escogido no se entrega a la desesperación, al miedo, a la duda ni a las manos de los hombres, porque tiene claro que la justicia de Dios no tarda en llegar.