La fe de Ana

¿Necesitamos un intermediario para hablar con Dios?

Un intermediario es una persona o cosa que actúa como un puente, mediador o enlace entre dos partes. En general, se considera alguien que facilita la comunicación entre ellas.

Entonces, ¿qué pasaría si su intermediario no entendiera o dudara de su fe?

No malinterprete: cuando uno comienza en la fe, necesita un intermediario que lo guíe y le enseñe la fe que está escrita en la Biblia. Pero ahí está el detalle: eso es solo al comienzo, porque uno siempre va a aprender más cada día.

Si hablamos de lo más básico de la fe, es que al Señor le agrada que hablemos siempre directamente con Él. Incluso, Jesús lo mostró al enseñar la oración que empieza con “Padre nuestro”, dejando claro que hablar con Dios es algo personal.

Sin embargo, la relación personal con Dios existía mucho antes del sacrificio de Jesús, y la podemos ver claramente a través de Ana. La Biblia nos enseña así:

“Entonces Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?” (1 Samuel 1:8)

Elcaná era el esposo de Ana y un hombre muy religioso. En la vida de Ana, él representaba su apoyo emocional y, principalmente, también su apoyo espiritual. Pero, por muy religioso que era, no podía resolver su esterilidad. Es más, como Ana no podía tener hijos, siguió la costumbre de la época y tomó una segunda esposa para tener descendencia.

En su casa y en la sociedad lo veían como autoridad espiritual porque participaba en los rituales, pero eso no significaba que la presencia de Dios habitara en él. En realidad, solo se conformaba a lo que hacía el resto del mundo, o mejor dicho, “haciendo lo normal”.

Ana también estaba atrapada en un limbo de religiosidad, donde pedía y nada pasaba. Pero su dolor se convirtió en fuego para su fe, y ella se posicionó de la siguiente manera:

“Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido en Silo, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor, ella, muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente. E hizo voto y dijo: Oh Señor de los ejércitos, si tú te dignas mirar la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que das un hijo a tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida…” (1 Samuel 1:9-11).

En esta ocasión, Ana no fue al Templo solo por compromiso, sino para poner a prueba su fe, posicionarse y hablar directamente con Dios. No esperó a nadie, rompió con la religiosidad y fue directa con Él. Ignoró al sacerdote y derramó los disgustos que cargaba en su alma.

“Y ella dijo: Halle tu sierva gracia ante tus ojos. Y la mujer se puso en camino, comió y ya no estaba triste su semblante” (1 Samuel 1:18).

Fue en aquella oración que Ana dio su todo, de tal manera que su semblante cambió, mostrando la gran confianza que ella tenía. La confianza siempre resulta en la certeza en Dios, y eso se ve aquí claramente con su actitud. Después de este momento, a los tres meses Ana quedó embarazada, y al año nació Samuel.

Este es un testimonio que no solo demuestra que todo estaba en su contra, sino también una fe que no necesitó intermediarios.

Y ahí está la pregunta clave: ¿tiene usted esta fe?

Reflexione, porque solo usted, mi amigo lector, puede contestar la pregunta.

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