La gracia no dispensa nuestro sacrificio

“Yo vivo por la gracia de Dios y no por las obras de la Ley”; “Jesús ya sacrificó por mí, entonces no tengo que sacrificar”. Estos y tantos otros argumentos han sido largamente usados por la mayoría de los creyentes. Pero yo pregunto: si la fe no tiene que ser acompañada del sacrificio de las propias voluntades, ¿acaso la gracia de Dios da el derecho de vivir en la carne y mantener pecados escondidos durante años?

La realidad es que aquellos que predican este tipo de “gracia” no tienen la menor idea de lo que esta, de hecho, significa. Engañosamente, enseñan que la gracia es como una “tarjeta prepaga ilimitada” que Jesús pagó por nosotros. Entonces, basta con que Lo aceptemos y gastemos los “créditos” de aquella tarjeta por tiempo indeterminado y todo estará bien. Si la persona peca, basta con que pida perdón, pues tiene “créditos” infinitos con Dios. Si mañana cae en el mismo pecado, solo tiene que usar los “créditos” nuevamente, sin arrepentimiento genuino y sin necesidad de cambio de dirección. A fin de cuentas, solo debe contar con buenas intenciones, remordimiento y un paquete de excusas, como por ejemplo “La carne es débil”; “No puedo resistir” o “Es más fuerte que yo” para ser perdonado. ¡Cuánto engaño!

A causa de esa ilusión, mucha gente que cree tener un lugar garantizado en el Cielo se ha ido al infierno. Así como la verdadera fe no tiene nada que ver con la religión, la verdadera gracia no tiene nada que ver con la ausencia de sacrificio. ¡Al contrario! La gracia da al ser humano una responsabilidad que él no tenía antes. Si antes él estaba preso al pecado, ahora ya no tiene esa excusa, pues ya recibió la libertad y el derecho a la Salvación.

Ahora, el hombre es responsable por mantenerse en el camino de la Salvación y, para eso, las reglas de la gracia son bien claras: quien quiera venir a Jesús tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo.

El Señor Jesús nos presenta Su gracia, es decir, Su favor, el regalo que no merecemos, como algo tan precioso que un hombre vendería todo lo que tiene para comprarlo. Eso significa que vale el sacrificio de la obediencia; de negarse a sí mismo; de perdonar a quien nos ofende; de dejar la vieja vida la vieja vida; de desconectarse de ciertas personas, cosas y convicciones. En otras palabras, vale todo el sacrificio que la verdadera gracia exige.

Por eso, nunca se olvide de hacer de su corazón un lugar propicio a la acción de Dios. No permita que la humildad que usted manifestó al principio se pierda con el pasar del tiempo. Combata diariamente toda raíz de orgullo, egoísmo y autosuficiencia. Esté vigilante a las palabras que oye, a las amistades que cultiva, al tiempo que gasta en las redes sociales, etc. Mientras esté atento y sobrio, en el sentido espiritual, estará convencido por el Espíritu Santo acerca de toda la Palabra del Altísimo y trillará el camino de la fe. De lo contrario, será convencido por el diablo, porque su corazón estará propicio a su acción y, a pasos agigantados, correrá por el camino de la muerte.

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