La Raíz del Problema

¿Por qué hay personas que no logran superar no solo la situación en la que están, sino ninguna?

Si buscamos la palabra voluntad en el diccionario, veremos que significa la fuerza que mueve a una persona a actuar, aun con dificultades. Hay personas que sufren por problemas que pueden resolverse, pero no los superan. Sea algo familiar, económico o tan simple como pagar una multa, aun teniendo el dinero, no lo enfrentan. Pero es ahí donde entendemos que, aunque tengamos voluntad, dinero o la solución perfecta, aun así no logramos nada.

¿Por qué sucede esto?

Porque falta la humildad para escuchar la Biblia y hacer la voluntad de Dios. Cuando se vive por la fe, no hay miedo a ninguna circunstancia, porque al entender la Biblia se obtiene discernimiento, sea cual sea la situación.

La Biblia nos enseña que Jesús habló de esto:
“Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos” (Lucas 18:9-10).

Si observamos el versículo, la frase “unos que confiaban en sí” implica que está hablando de alguien arrogante. La persona arrogante tiene estas características:

  • Se sobreestima a sí misma.
  • Menosprecia a otros.
  • Busca sentirse superior.
  • Carece de humildad.
  • Actúa con orgullo desmedido.

En este versículo, Jesús no solo habla de personas arrogantes, sino también de quienes pensaban ser justos por sus obras. Usó la parábola así porque sabía que la raíz del problema saldría a la luz.

¿Cuál era la raíz del problema?

El orgullo espiritual y el desprecio hacia otros. Cuando uno crea una relación con Dios, siempre debe estar dispuesto a recibir Su orientación. El orgullo implica que uno nunca piensa que comete errores, incluso cuando está equivocado. La fe nos enseña a no despreciar a otros, sino a ayudar y cuidar.

Es ahí donde nace la pregunta: ¿Quién es el justo?

La imagen de un fariseo muestra religiosidad externa, y la sociedad lo considera piadoso solo por su apariencia. En cambio, el recaudador de impuestos es visto como traidor o pecador, y por eso suele ser rechazado. El contraste entre los dos es intencional para mostrar lo bueno y lo malo en los hombres, según la sociedad.

La enseñanza sigue así:
“El fariseo, puesto en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano»” (Lucas 18:11-12).

Muchos en ese tiempo veían a los fariseos como representantes de Dios. Pero cuando llegó su momento de orar, se reveló que era orgulloso. El fariseo oraba solo para sí mismo, mostrando que su enfoque era la autoexaltación.

La exaltación es cuando uno es puesto en un lugar de honor, autoridad o reconocimiento, pero muchas veces también revela lo que ya está dentro.

El fariseo no confesó necesidad de gracia y solo hablaba de sí, demostrando que su gratitud era falsa.

En contraste, el recaudador de impuestos fue muy distinto:
“Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «Dios, ten piedad de mí, pecador». Os digo que este descendió a su casa justificado, pero aquel no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado” (Lucas 18:13-14).

Él sí fue consciente de su indignidad delante de Dios, mostró humildad y respeto (reverencia), contrario al fariseo que buscaba protagonismo. El recaudador reconocía su condición espiritual y sabía que no tenía méritos para presentarse confiado ante Dios. En su oración declaró justificación al pedir perdón para estar en paz con Dios. La enseñanza nos muestra que la justificación de Dios no viene por obras, sino por una fe humilde y arrepentida.

El fariseo, a pesar de su religiosidad —o mejor dicho, de su esfuerzo y voluntad— no recibió aprobación de Dios porque solo confiaba en sí mismo.

La próxima vez que enfrente una dificultad, pregúntese: ¿hago la voluntad de Dios o la mía? ¿Tengo la fe del fariseo y estoy atrapado en mi orgullo?

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