Nosotros hemos sido severamente criticados por haber invitado al pueblo a que venga buscar una rosa “ungida” a la Iglesia Universal del Reino de Dios. Entendemos que la rosa es un símbolo del Señor Jesús, porque la propia Biblia declara, indirectamente, que Jesús es la Rosa de Sarón. Sarón era una planicie muy rica en vegetación que quedaba entre la ciudad de Jope y el Monte Carmelo. Salomón, lleno del Espíritu Santo, habla del Señor Jesús proféticamente, comparándole a una rosa de esta planicie. Pregunto yo: ¿será la rosa de Sarón más bella que las demás rosas? y ¿por qué la rosa que nosotros distribuimos gratuitamente para el pueblo no puede ser considerada símbolo de Nuestro Señor Jesús?
Yo me acuerdo, entre tantos testimonios, de uno especial. El de una señora que durante dos años consecutivos no se habló con su madre, que vivía a poco menos de diez metros de distancia de su casa. Un bello día, al salir del banco y regresar al hogar, miró la rosa que la tarde anterior había recibido en la Iglesia Universal del Reino de Dios, y que estaba en un jarrón encima de la heladera. Al verla le pareció ver algo divino. Entonces, imbuida por una profunda sensación de amor, salió y fue a ver a su madre y, a partir de aquel día, la relación entre ambas se transformó de tal manera que hoy la paz de Dios reina en sus respectivos hogares. Así se podrían mencionar infinidad de casos en que la hermosura de una rosa ha llevado a las personas a pensar en el Señor Jesús.
Verdaderamente, nosotros los cristianos, no damos culto a ninguna figura del Señor Jesús, pero, aunque nuestra fe sea sobre algo que no vimos y no vemos, nosotros no vagamos sobre la nada, así como la tierra. Cierto es que, si por un lado rehusamos cualquier tipo de imagen que se refiera a Nuestro Señor; por el otro, admitimos recibir una simple rosa, que no fue producida por el arte humano y, sin embargo, es una expresión para representar o simbolizar al propio Señor Jesús. Así como el pan y el vino simbolizan Su carne y Su sangre y, positivamente, traen para nosotros beneficios reales y objetivos, ya que avivan nuestra fe librándola de preconceptos religiosos y siendo motivo de bendición.
Entonces, cuando yo oigo a alguien decir con tanta vehemencia que nosotros, ministros de Dios, somos mercaderes de la Palabra del Señor que estamos interesados en el dinero y en nuestros propios beneficios, que somos los auténticos falsos profetas y que nuestra actitud con el pueblo es nada más y nada menos que mero exhibicionismo mezclado con sensacionalismo; entonces, procuro analizar más de cerca la vida ministerial del Señor Jesús. Imagine, amigo lector, lo que los fariseos en la época del Señor Jesús debían decir y hacer con respecto a los milagros que Él estaba realizando en medio de su pueblo.
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