La tristeza del joven rico

¿Será que uno le da más valor a las cosas físicas que a su propia paz?

Carros bonitos, casas elegantes, buena ropa, joyas y todo tipo de bienes materiales son cosas en las que muchas personas invierten su tiempo para obtenerlas. Es más, a veces, por querer conseguir esas cosas, uno deja de pasar tiempo con la familia, de hacer buenas amistades o de acercarse a Dios.

 

La Palabra nos dice lo siguiente sobre este tema:

“Y he aquí se le acercó uno y dijo: Maestro, ¿qué bien haré para obtener la vida eterna? Y Él le dijo: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Solo Uno es bueno; pero si deseas entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús respondió: No matarás; no cometerás adulterio; no hurtarás; no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado; ¿qué me falta todavía? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme. Pero al oír el joven estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes” (Mateo 19:16-22).

Antes de conocer a Dios, muchos pensábamos que el éxito era tener cosas materiales. De muchas formas, como humanidad, solemos asociar el éxito con lo que podemos poseer. Por ejemplo, si uno dice: “mi hijo es doctor”, muchos de inmediato se imaginan el carro que esa persona debe conducir o la casa grande en la que talvez viva, entre otras cosas.

Sin Dios, creemos que lo material puede llenar nuestro vacío. Pero llega un momento en que estamos solos con esas cosas y nos damos cuenta de que no somos felices. Incluso sentimos culpa por no dedicar tiempo a lo que en verdad trae paz.

Esa culpa llega a consumirnos.

¿Por qué sucede esto?

El Señor nunca nos haría sentir acusados. Lo que pasa es que aún no hemos descubierto lo que es obedecerle, como dice la Biblia. Y no se debe obedecer por religiosidad. Así como el joven de la Biblia, que guardaba los mandamientos, pero no por querer tener una relación con Dios, sino por costumbre.

Hay personas que asisten a la iglesia para resolver problemas o solo para buscar una bendición. En otras palabras, todavía están buscando solo lo material. Este tipo de personas asocia su relación con Dios con lo que recibe de Él.

¿Será que estamos perdiendo nuestra relación con Dios por enfocarnos en las bendiciones materiales?

Cuando solo buscamos lo material y no lo conseguimos, empezamos a dudar de nosotros mismos y de Dios. Por eso, lo más importante debe ser nuestra salvación, porque al recibirla, recibimos al Espíritu Santo. El joven del versículo no lo tenía, y por eso sentía que le faltaba algo. Eso se nota en la pregunta que le hizo a Jesús.

Muchos de nosotros sentimos ese vacío. El mal nos confunde, haciéndonos creer que tener bendiciones es lo mismo que estar bien con Dios. Pero lo que realmente necesitamos no es algo material, sino espiritual. Es el alma la que tiene hambre del pan de Dios.

“Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus corazones; sin embargo, el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11).

Si desde el principio Él ha puesto Su eternidad en nuestro corazón, eso significa que el alma sabe que le hace falta algo: la salvación.

Y solo podemos recibir la salvación si obedecemos a Dios y dejamos atrás nuestro pasado. Para el joven, sus riquezas representaban su pasado. Como no quiso dejarlas, tampoco quiso dejar su vida anterior. Lo mismo les sucede a muchas personas que buscan la salvación.

Seguir a Dios requiere fe. Jesús murió por amor a nuestra alma, y nosotros debemos valorarla, teniendo una relación sincera con Él y obedeciéndolo por amor, no por obligación.

Solo cuando tenemos una relación con Dios dejamos de sentirnos con un gran vacío.

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