La visión de quien quiere vencer (parte 3)

Vuestro padre Abraham se regocijó esperando

ver Mi día; y lo vio y se alegró.

Juan 8:56

Después de la conversión, Abraham vivió y murió estando siempre en la fe. Fijó sus ojos en algo que va mucho más allá que la vida en este mundo y en ningún momento bajó su mirada. Aun en las circunstancias más desfavorables, logró mantenerse seguro en las promesas hechas por el Todopoderoso. Delante de los demás hombres, el patriarca, ciertamente, era un soñador; pero, en realidad, su fe le daba fuerzas y poder para ver una realidad que nunca había sido presentada a nadie. Abraham no se atuvo a los pequeños favores terrenales que podía recibir de Dios, sino que se agigantó en la fe de tal manera que no solamente fue salvo, sino que también, en consideración a su legado, su nombre fue usado para nombrar al Paraíso: Seno de Abraham. Además de eso, logró alegrarse por ver, aún en una época distante, las mayores bendiciones del Altísimo a todos los que creen en Él: la encarnación del Señor Jesús como el Mesías, Su Obra de Redención y la Nueva Jerusalén.

Tengamos, por lo tanto, a Abraham como ejemplo para permanecer de pie hasta que tomemos posesión de la eternidad que nos está siendo revelada. Que podamos vivir ese nivel de confianza que levanta los ojos hacia el futuro y exulta, ¡como lo hizo el padre de la fe! Porque si un hombre que vivió casi 2 mil años antes de la venida del Señor Jesús pudo alegrarse tanto con tal promesa, ¿qué se puede esperar de nosotros, que vivimos los últimos días antes de Su segunda venida? ¿Qué se puede esperar de nosotros, que tenemos, bien delante de nuestras manos, la revelación del pasado, del presente y del futuro en la Palabra de Dios? Pero, si lo que llama la atención a nuestros ojos es algo pasajero y mundano; si lo que nuestra alma contempla y anhela tener no es la Salvación; si oír o leer sobre el Cielo no deleita nuestro ser; o si no es la comunión con el Espíritu Santo lo que más placer nos da, es señal de que estamos muy lejos de tener una fe semejante a la fe de Abraham.

Sepa que no es posible que aquellos que se dicen “hijos de Abraham” en la fe no sean como su “padre”, que tuvo como su mayor patrimonio no una tierra u otros bienes, a pesar de haber sido un hombre riquísimo, sino al Señor, que era “(…) tu galardón sobremanera grande” (Génesis 15:1 RVA). En este caso, ¿no deberían sus descendientes desear y suspirar por la eternidad con Dios, así como el patriarca? Entonces, eleve sus ojos y vea la gloria de las Palabras del Altísimo que anuncian que está todo listo, a la espera de Sus hijos: “(…) Hecho está (…)” (Apocalipsis 21:6). Que nadie desfallezca en medio del camino, sino que se fortalezca en el combate contra los enemigos de la fe y contra todo lo que amenace su felicidad eterna.

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