No hay nada qué distancia más al siervo de su Señor que su maldita carne; cuando el siervo quiere hacer prevalecer su voluntad, entonces la voluntad del Señor queda de lado, pues ningún siervo puede hacer simultáneamente su propia voluntad y la de su Señor. Fue sólo que el Señor Jesús enseñó a sus siervos, cuando dijo:
“Ninguno pueden servir a dos señores, porque odiar al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Mateo 6:24
Esto es simple y profundo al mismo tiempo: el siervo hace la voluntad de su Señor o su propia voluntad; y si opta por la voluntad de su Señor, estará imposibilitado de hacer la suya ; si hiciere su voluntad, entonces no tendrá condiciones de hacer la voluntad de su Señor.
El lenguaje bíblico llama a la voluntad propia del siervo la “carne”; y el Espíritu del Siervo Mayor, a través del Apóstol Pablo enseña:
“Los que son de la carne piensan en cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. El ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz, por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” Romanos 8: 5-9
Estos versos muestran el gran contraste entre el siervo carnal y el espiritual. Aquél es dominado por la voluntad propia, por la concupiscencia de sus ojos, en fin, inclinado a satisfacerse a sí mismo por encima de todo; en cuanto éste es dirigido por el Espíritu Santo, vive deseoso por agradar a su Señor.
Continuará…
Libro: El Señor y el siervo
Autor: Obispo Edir Macedo

