¿Será que uno ha pasado por el proceso para entrar en la Iglesia espiritual de Dios?
Hay una gran diferencia entre la iglesia física y la espiritual. La iglesia física es aquella a la que uno asiste como parte de una tradición religiosa, cultural o por pertenecer a una determinada denominación. Pero la Iglesia espiritual, la que es el Cuerpo de Cristo Jesús, no tiene que ver con religión, sino con la fe y con el proceso que trae.
Para que uno pueda entrar en la Iglesia espiritual de Dios, debe primero pasar por un proceso que requiere, ante todo, liberación.
La Palabra nos habla de este tema así: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mateo 12:28).
En otras palabras, para que uno pueda ser parte de la Iglesia espiritual o del Reino de Dios, necesita ser liberado. Es decir, si uno no permite que la transformación suceda dentro de sí con Dios, Su Reino no puede entrar en su vida.
Ser liberado significa permitir ser limpiado y transformado del ser que uno era antes de encontrar a Dios, pero para que eso suceda uno necesita esforzarse.
¿Qué significa esforzarse?
La Palabra nos enseña así: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lucas 16:16).
La palabra esfuerzo, o esforzarse espiritualmente, significa sacrificio. Dicho esto, no hay forma de entrar en el Reino de Dios sin sacrificio. Eso significa que uno debe sacrificar su voluntad, su antigua manera de ser, lo que siente y sus emociones.
Por ejemplo, de vez en cuando hay personas que comentan que no consiguen perdonar. Pero no es que no puedan perdonar, sino que aún no han sido liberadas. Este tipo de persona, al no haber sido transformada, naturalmente es guiada o controlada por sus emociones y sentimientos. Porque cuando el Señor Jesús nos enseñó sobre el perdón, no tenía nada que ver con los sentimientos. Perdonar es un mandamiento.
Una persona que no ha sido liberada o que no ha logrado transformarse siempre tendrá dificultad para obedecer la Palabra. Otro ejemplo que nos ayuda a entender por qué la liberación es tan importante es cuando el pueblo de Israel estaba bajo esclavitud. Para ser liberado, el pueblo tuvo que salir del dominio del faraón, quien representa el mal. Lo mismo sucede con nosotros: mientras sigamos siendo la misma persona y no nos entreguemos más a lo que es de Él, no vamos a ser libres, porque seguimos en lo mismo.
Para que uno pueda salir de esa condición en la que aún no ha sido liberado, debe ser sincero consigo mismo y con su condición. Ser liberado no significa simplemente haber recibido una bendición, porque cualquier persona puede alcanzar una bendición si solo se enfoca en recibir lo material. Pero lo principal no es lo material, sino lo espiritual: lo que realmente transforma el interior. Se repite: para que haya transformación, debe haber sacrificio.
Dicho esto, el primer paso hacia la liberación es dejar la propia voluntad a un lado y cambiar el camino en el que uno andaba, para andar en el camino determinado por la Palabra de Dios. Es cuando uno hace esto que el Espíritu Santo puede obrar la transformación, que es un proceso. A medida que uno busca de Él, va siendo transformado después de haber sido liberado. Uno debe descubrir la liberación y enfocarse, esforzarse, para no vivir en la inquietud y alcanzar una paz profunda que solo viene de Él.
Cuando uno recibe la liberación, su mente y su corazón están en paz.
Pero si uno no ha recibido la liberación, siempre habrá una inquietud, porque sus pensamientos aún están siendo dominados por sus emociones y sentimientos, los cuales muchas veces nos engañan. Los pensamientos negativos causan esa inquietud que, en ocasiones, lleva a reaccionar de manera incorrecta.
Por estas razones, uno sigue teniendo el mismo carácter, aun asistiendo a la iglesia física.
Les sugiero que no solo formen parte de la iglesia física, sino también de la iglesia espiritual, porque es ahí donde el Reino de Dios entra en uno y ocurre la transformación. Recuerde que cuando el Señor Jesús nos enseñó a orar, nos dijo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).
En otras palabras, la voluntad de Dios se cumple en la vida de aquellos que han recibido Su Reino, es decir, en los que han sido transformados en una nueva criatura.

