El festival conocido como “Halloween” tiene su mayor expresión en Estados Unidos, donde, incluso meses antes de su celebración, es tradición comenzar los preparativos. Desde dulces hasta adornos, el objetivo principal es provocar miedo. El 31 de octubre, disfrazamos a nuestros hijos de demonios y brujas y decoramos nuestras casas con calabazas, caras sonrientes siniestras y gatos negros, así como vampiros y decoraciones oscuras, sin considerar que Halloween celebra la muerte. A través del ruido y la emoción de esta festividad, es fácil ignorar las voces de preocupación que nos advierten sobre los aspectos negativos de Halloween.
Aunque para muchas personas es un día de diversión, a menudo no se percatan de su capacidad para enfrentar lo “anormal”, que irónicamente se considera normal en esta celebración. Aquellos que no temen al «miedo» suelen pasar por alto que no todos comparten esta perspectiva. Las personas con una disposición más sensible pueden reaccionar intensamente ante escenas de violencia y horror. Si bien el malestar entre los adultos es preocupante, la presencia de niños genera aún más inquietudes, ya que su bienestar psicológico puede verse afectado de manera significativa y permanente. Podemos utilizar Halloween como una oportunidad de aprendizaje y explicar a los niños por qué ciertas prácticas no están alineadas con nuestra fe. Deberíamos celebrar la vida, no la muerte; el bien, no el mal; el amor y la paz de Dios.
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