¿Por quién lloras?

¿Cuándo fue la última vez que lloraste por otra persona?

Hay una gran diferencia entre ser agradable y ser amable, una diferencia que muchos no han descubierto. Por ejemplo, la persona agradable busca la aprobación de los demás, quiere que todo suene bonito, evita incomodidades y solo tiene una comprensión superficial. En otras palabras, el agradable solo busca la aprobación por fuera.

Pero el amable es completamente distinto, porque busca ser genuinamente bueno por dentro. El amable quiere lo bueno para los demás, actúa con sinceridad, hace lo correcto —no lo fácil— y tiene un comportamiento profundo e intencional.

El agradable dice: “No quiero incomodarte.”

El amable dice: “Me importas lo suficiente como para ayudarte a crecer.”

Lo mismo sucede con la simpatía y la empatía. La persona que siente simpatía por otros siente lástima, compasión o preocupación. Es decir, reconoce el dolor.

Pero la persona empática siente con alguien e intenta comprender su experiencia desde su perspectiva.

Ahora que se explicó la diferencia, el Señor Jesús, cuando caminó en esta tierra, no buscaba ser simpático ni agradable; Él buscaba decir la verdad.

Por eso la Biblia nos enseña así:

“Cuando la ciudad apareció ante Sus ojos, Él lloró por ella. ‘¡Si tan solo hubieras reconocido en este día todo lo que podía traerte paz! Pero ahora es demasiado tarde. Vendrán días en que tus enemigos levantarán fortificaciones contra ti, te rodearán y te cercarán por todos lados.

Te derribarán a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Todo esto sucederá porque no reconociste ni acogiste la visita personal de Dios.’” (Lucas 19:41–44)

Aquí el Señor Jesús lloró porque el pueblo de Jerusalén negó la salvación. Sintió el dolor de las almas perdidas y de las que se iban a perder.

Por eso, cuando enseñaba a Sus discípulos, dijo:

“Permítanme darles un mandamiento nuevo: ámense unos a otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. De esta manera todos reconocerán que son Mis discípulos: cuando vean el amor que se tienen entre sí.” (Juan 13:34–35)

El amor de Dios no es un sentimiento; es un mandamiento: misericordioso, amable, justicia y empático. Cuando Jesús caminó en esta tierra, nada era demasiado para ayudar a un alma perdida. Por eso Él les enseñó a Sus discípulos que no podían llevar Su marca si no tenían amor por las almas perdidas, igual que Él lo tenía.

Y esa es la mentalidad del discípulo que ha nacido de Dios: verdaderamente llora por las almas, siente su dolor como si fuera propio y trata a todos con dignidad.

Una vez al mes, en todos los Estados Unidos, se realiza un discipulado para aquellos que quieren crecer más en la fe. Durante este tiempo se enseñan temas como los de este artículo. Todos tienen un momento para hacer preguntas y aclarar cualquier duda.

Si le gustaría saber más, por favor llámenos: (800) 581-4141

O venga al 625 S Bonnie Brae St, Los Angeles, CA 90057, o a la Universal más cercana a usted.

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