Toda la Creación

¿Qué significa vivir por la fe?

Cuando se habla de la fe o de la espiritualidad, no se hace referencia a una posición frente a la humanidad o a los hombres, sino a la condición espiritual que uno posee. Porque es lo espiritual lo que determina nuestra vida en cualquier circunstancia. Lo material o lo económico no definen nuestra existencia; lo espiritual, sí. Por eso, uno debería invertir, ante todo, en su vida espiritual más que en la del mundo, porque cuando la condición espiritual está bien, lo demás también estará bien. Pero eso no significa que no pasemos por luchas, ya que es en ellas donde se pone a prueba la fe.

La Palabra nos enseña: “Pues sabemos que, hasta el día de hoy, toda la creación gime de angustia como si tuviera dolores de parto.” (Romanos 8:22)

Cuando la Escritura habla de “creación”, está incluyendo toda la naturaleza. Desde el pecado de Adán y Eva, la creación comenzó a gemir. Es decir, desde el principio, el mundo ha clamado de manera continua por la obra de la redención. Pero ese gemido no ocurre solo en el mundo: los creyentes, aunque salvos, también experimentan dolor y lucha.

Y continúa: “Y los creyentes también gemimos —aunque tenemos al Espíritu Santo en nosotros como una muestra anticipada de la gloria futura— porque anhelamos que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y del sufrimiento.” (Romanos 8:23)

Algunos creyentes se preguntan: ¿Por qué, teniendo al Espíritu Santo, estoy pasando por un momento difícil?

Porque aún vivimos en un mundo donde muchas cosas están dominadas por el mal, y cada día más caído. Pero el hecho de que el mundo esté caído no significa que uno deba resignarse a la vida. Hoy en día, muchos confunden “resiliencia” con conformismo, y en realidad, han resignado su esperanza. Por ejemplo, algunos dicen: “¿Por qué lamentarme por esto, si hay otros en peores condiciones?” Eso no es resiliencia verdadera, sino una forma de aceptar el sufrimiento como destino. Para quien ha descubierto la fe, eso es incorrecto. Uno está llamado a vivir por la fe, no a resignarse.

La Palabra afirma que el Espíritu Santo en nosotros es una muestra anticipada de la gloria futura, porque anhelamos la redención total: que nuestro cuerpo sea liberado del pecado y del sufrimiento. Esto habla de nuestra humanidad. Al tener el Espíritu Santo, nuestro ser entra en conflicto cuando surgen pensamientos impuros o maliciosos, porque ya entendemos la verdad. Antes, esos pensamientos eran solo impulsos; ahora, al tener la luz de Dios, hay convicción.

Y añade: “Nosotros también deseamos con una esperanza ferviente que llegue el día en que Dios nos dé todos nuestros derechos como sus hijos adoptivos, incluido el nuevo cuerpo que nos prometió.” (Romanos 8:23)

¿Dios quiere que afirmemos nuestros derechos?

Sí, se refiere a los derechos que Él nos ha prometido. Uno de ellos es la salvación, el principal. Pero también hay otros: tener vestido, hogar, alimento, familia… son derechos que Dios nos concede. Y estos derechos nos ayudan a rechazar todo lo que trata de engañarnos, como la religiosidad vacía.

Cuando hablamos de religiosidad, nos referimos a hacer cosas por costumbre o tradición, sin entendimiento. La religiosidad limita, porque no nos lleva a conocer el carácter de Dios. Un padre verdadero quiere lo mejor para sus hijos, y si promete algo, sus hijos le reclaman con esas mismas palabras.

Así también con Dios: debemos hablarle con las palabras que Él mismo usó para prometer. Él es nuestro Padre celestial, y muchos religiosos no comprenden que esa es la manera de hablar con Él.

De la misma manera, debemos buscar y pedir lo que Él prometió. Pero no se trata solo de pedir, sino también de obedecer Su Palabra —por amor, y porque comprendemos.

Y la Palabra concluye: “Recibimos esa esperanza cuando fuimos salvos. (Si uno ya tiene algo, no necesita esperarlo; pero si deseamos algo que todavía no tenemos, debemos esperar con paciencia y confianza).” (Romanos 8:24-25)

En otras palabras, la salvación se recibe con confianza, lo cual implica conocer los pensamientos de Dios. Desde el principio, toda la creación gime porque todos hemos sido afectados por el primer pecado. Aunque no lo entendamos del todo, nuestra alma anhela ser salva, y por eso clamamos. Mientras estemos en esta tierra —tengamos o no al Espíritu Santo—, estamos llamados a gemir y clamar por nuestra salvación. Y eso es, precisamente, lo que significa vivir por la fe.

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