La sumisión es un comportamiento de humildad delante de las autoridades constituidas. En nuestro caso debemos tener una actitud resignada ante la autoridad espiritual constituida por Dios. Tenemos muchos ejemplos en la Biblia de autoridades constituidas por Dios e insubordinaciones y rebeliones realizadas por terceros que quisieron apoderarse de las autoridades, sin la mínima dirección del Espíritu Santo. Las consecuencias drásticas y nefastas de los casos los vamos a ver a continuación.
Dios versus Lucifer
“… y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:14).
En razón de su codicia, lucifer (que quiere decir “lleno de luz”) se transformó en satanás o el diablo debido únicamente a su rebeldía contra la autoridad suprema de Dios. Por eso las consecuencias fueron terribles en todos los aspectos. Una de sus consecuencias fue la de arrastrar a la tercera parte de los ángeles que estaban en el cielo hacia la Tierra, según como dice el Apocalipsis: “Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra” (Apocalipsis 12:4).
Aquel que sigue a un rebelde o desobediente se vuelve tan rebelde como él y el castigo que caiga sobre el líder caerá también sobre aquel que le sigue.
La cola del dragón, o sea, de satanás, en su rebelión llevó cautiva consigo a la tercera parte de los ángeles o estrellas del cielo, que hoy son llamados demonios.
Así ha sucedido a través de los tiempos. Aquellos que se rebelaron contra la autoridad constituida por Dios lo hicieron contra el propio Dios y por eso también, recogieron los frutos de la des-obediencia. No solamente ellos mismos, sino todos los que les siguieron.
Dijo el Señor a Moisés, a Aarón y a María: “Salid vosotros tres al tabernáculo de reunión. Y salieron ellos tres. Entonces el Señor descendió en la columna de la nube y se puso a la puerta del Tabernáculo. Llamó a Aarón y a María, y se acercaron ambos. Y el Señor les dijo: «Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros algún profeta de Dios, me apareceré a él en visión, en sueños le hablaré. No así con mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, claramente y no con enigmas, y verá la apariencia del Señor. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?» Entonces la ira del Señor se encendió contra ellos, luego se fue” (Números 12:4-9).
Cualquier procedimiento contra la autoridad constituida por Dios, aunque estuviera cometiendo algún error, es peligroso. Por ejemplo, si yo cometo alguna injusticia con mis hijas, yo soy injusto, y por eso no dejan de ser mis hijas ni yo dejo de ser su padre, ni tampoco pierdo mi autoridad como tal. Por lo tanto, aunque el pastor haya sido injusto con sus ovejas o haya cometido algún pecado, aun así, continúa siendo el ungido del Señor y sus errores serán soldados delante de Dios.
Nadie tiene el derecho de rebelarse contra la autoridad constituida por Dios, ya que Él tomará las medidas necesarias para sacar o dejar a alguien en su cargo. Nadie jamás debe ni siquiera pensar en colocarse en el lugar de Dios y tomar medidas en contra del ungido del Señor. Mucho menos, realizar comentarios negativos al respecto de aquella autoridad espiritual.
Veamos el caso del pueblo de Israel. Sus fundamentos eran ciertos, pero las actitudes tomadas por María y Aarón eran equivocadas. La rebelión de María tenía fundamento, pues Moisés estaba equivocado cuando tomó por mujer a una etíope. Primero, porque ya tenía una mujer, y segundo, porque la nueva no formaba parte del pueblo de Israel. Aarón y María se colocaron en el lugar de Dios y juzgaron al siervo del Señor. María contrajo lepra en la mitad de su cuerpo, y después de orar Moisés en su favor fue desterrada del campamento por siete días y, aun siendo hermana de Moisés, fue humillada por causa de su acción.
¡Es imprescindible que el cristiano se mantenga en una total y completa sumisión, porque si no es capaz de someterse a aquel a quien ve, cuanto menos al Señor Jesús, al que no ve!”
Continuará…
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Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo

