David no percibió que estaba “embarazado” de una vanidad hasta que concibió el pecado que trajo la muerte de 70 mil hombres de Israel. La causa de la caída ya estaba en su interior porque, si no hubiera habido esa inclinación a la presunción y a la prepotencia, el diablo jamás habría logrado incitarlo al pecado, como está escrito: “Y se levantó Satanás contra Israel e incitó a David a hacer un censo de Israel” (1 Crónicas 21:1).
Vea que, durante el tiempo en que David vivía perseguido por Saúl, Dios lo guardaba y lo protegía. Entonces, ¿por qué, en la posición privilegiada de rey, se dejó corromper por la voz del diablo? ¿Por qué Satanás tuvo éxito al tentar a David?
Como ya dije, estoy seguro de que todas las honras recibidas a lo largo de sus conquistas fueron acumulándose en su corazón, hasta que un día la vanidad se manifestó, generando el pecado. Como David no tenía tiempo para disfrutar las victorias y las exaltaciones que recibía, debido a las persecuciones de Saúl, dejó todo aquello guardado dentro de sí. Sabiendo eso, Satanás solo esperó, con paciencia, el día en que el rey, libre de batallas y viviendo en tiempos de paz, comenzara a contar las glorias del pasado.
Él incitó al rey a enumerar a sus soldados, lo que sería un grave error para con Aquel que le había dado victorias desde el comienzo. Saber el número exacto de hombres con quienes podía contar mostraba que la confianza de David, ahora, estaba en sí mismo y en la fuerza de su ejército y ya no en el Señor. A esa altura, el hombre conocido por tener una fe admirable ya no creía como antes en las promesas del Altísimo. El corazón humilde de David se había tornado autosuficiente. Por lo tanto, se bastaba como rey y ya no dependía más de la ayuda de lo Alto.
A causa de esto, el Señor lo castigó al permitir la muerte de los 70 mil hombres de Israel. ¡Vea, nuevamente, cómo el pecado cometido por una única persona tiene el poder de afectar a muchas otras! Lo que ocurrió con David, tanto en su familia como en su ejército, es prueba de esto. Satanás conoce esta realidad, por eso el Texto Sagrado dice que él se levantó “contra Israel”. Es decir, de antemano, el diablo ya imaginaba que las consecuencias vendrían no solo para David, sino también para toda la nación.
Entonces, cualquiera que sea la ambición personal y por menor que sea la vanidad, son contrarios a la voluntad de Dios. Y, si no son eliminados del corazón, tarde o temprano, causarán daños que pueden incluso colocar en riesgo la Salvación del alma.
El proceso del pecado sucede de manera tan íntima y sutil que, muchas veces, ni la propia persona se da cuenta de él. Es la mente la que germina la semilla maligna cuando decide acoger y pensar más al respecto de la sugerencia del diablo. Una vez que el pecado es consumado, tiende a aumentar si no es confesado y tratado. Quien quiebra un Mandamiento y no se arrepiente quebrará muchos otros, porque ese es el enredo de muerte que genera el pecado. Nadie que peca vislumbra la muerte, pero es eso lo que está reservado para el pecador, si no se arrepiente y abandona definitivamente su error.
Tal vez ya se haya hecho a usted mismo la siguiente pregunta: ¿cómo una persona, que antes era fiel a Dios, pudo caer en pecado y cometer atrocidades inimaginables? Delante de lo que fue expuesto ahora, ya sabe la respuesta.
Quien cae en el pecado primero albergó un pensamiento y un deseo mucho tiempo antes de cometerlo. Nutrió en su mente una pequeña idea, hasta el día en que no logró resistir más y se entregó completamente a su voluntad.
Cuando usted estuviera siendo tentado, no se olvide de sus seres queridos, de sus amigos, de sus hijos espirituales por los que luchó para conducirlos a la fe, porque ellos también podrán sufrir los dolores de su desobediencia. Y, sobre todo, piense en su alma, que es eterna y sufrirá el daño de la segunda muerte (la condenación al lago de fuego y azufre, como está escrito en Apocalipsis 20:14). Y, en el camino de la caída, jamás Le eche la culpa a Dios, a las demás personas o a las circunstancias, pues las tentaciones que el ser humano sufre derivan de los deseos que él mismo abriga en su corazón.
Toda codicia tiende a tornarse una acción; por eso, le corresponde a cada uno rechazarla vehementemente, si quiere mantenerse en la fe y no tornarse un esclavo del pecado: “(…) el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo” (Génesis 4:7).
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