Las personas heridas tienden a herir a otros, mientras que las sanadas pueden sanar. Esta idea resalta cómo nuestras experiencias emocionales afectan nuestras relaciones. Cuando alguien no ha sanado adecuadamente, puede proyectar su dolor en los demás, mostrando desconfianza o agresividad, lo cual no es intencional, sino resultado de un dolor no resuelto. Por otro lado, quienes han pasado por un proceso de sanación, a través de la terapia o la reflexión, logran conectar desde un lugar de paz y comprensión. Estas personas ofrecen apoyo, empatía y amor, escuchan sin juzgar y comprenden el dolor ajeno sin resentimiento, creando así relaciones más saludables y un mejor bienestar emocional. Es crucial reconocer que todos hemos sido tanto heridos como sanadores. El crecimiento personal se da al identificar y trabajar en nuestras heridas, convirtiéndonos en quienes sanan en lugar de perpetuar el dolor. Sanar es un acto de autocuidado y un regalo para quienes nos rodean.
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