La enseñanza de Cristo en Mateo 18:22 es tal que a muchos cristianos les gustaría ignorarla. En el versículo 21 vemos a Pedro preguntar esperanzado: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Pedro sabía que necesitaba perdonar a su hermano, más tenía la esperanza de que hubiera un límite para tal perdón. ¿Cuántos cristianos en nuestros días también desearían que existiera un límite? De la misma forma que es ilimitada la clemencia divina, así también debe ser ilimitado nuestro perdón.
La respuesta de Cristo a Pedro fue en el sentido de que el límite no era siete veces, sino setenta veces “siete, o 490 veces (versículo 22). Éste no es un número mágico. Cristo no le decía a Pedro que si alguien le ofendía 491 veces ya tenía el derecho de vengarse. Nada de eso. El Maestro estaba enseñando que el perdón no tiene límites.
Este mandamiento no es fácil de recibirlo y practicarlo. La mayoría de nosotros estamos dispuestos a perdonar al ofensor una o dos veces, pero si continúa ofendiéndonos comenzamos a dudar de la sabiduría del perdón. Comenzamos a sentir que se están aprovechando de nuestra “bondad” y tenemos ganas de hacer que paguen el mal que están cometiendo contra nosotros.
Si la persona se arrepiente y desea sinceramente nuestro perdón, estamos obligados a concederlo. Esto no sería posible si Dios dejase al cristiano luchar con sus propias fuerzas. Él nos dio su Santo Espíritu para hacer morada en la vida de su siervo fiel. Si el tal vive en el poder del Espíritu, reconocerá la verdad de las palabras del apóstol Pablo a los filipenses:
“… porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Filipenses 2:13
De la misma forma, Dios no exige pago por su perdón. La vida eterna es don gratuito del Creador (ver Romanos 6:23) para todos los que Le buscan.
Vea usted lo que hizo el siervo perdonado del texto bíblico examinado anteriormente (Mateo 18:29-30). Su gran deuda fue perdonada, pero él rehusó perdonar a su consiervo una deuda menor. Rehusó hasta darle una oportunidad de trabajar para saldar la deuda y lo echó en la prisión.
¡Qué siervo tan ingrato!, decimos cuando leemos esta parábola, pero dejamos de observar que él es el ejemplo de un cristiano sin compasión. En Cristo, Dios nos perdona totalmente, pero ¿acaso no hacemos lo mismo que aquel siervo? Librados del castigo de nuestros pecados por el perdón de Dios, renunciamos a perdonar a nuestros hermanos en Cristo por los males que nos causan.
Dios no pide simplemente que el cristiano perdone las transgresiones de los hombres, sino que lo exige como una condición para poder recibir Su perdón. Esto está claramente expresado en Mateo 6:14-15. El cristiano debe ser compasivo para poder recibir clemencia. Además de esto, el perdón debe ser sincero. No se trata de palabras, sino de algo que debe brotar del corazón (Mateo 18:35).
Si esta exigencia parece muy difícil de cumplirse, lea la pregunta de los discípulos y la respuesta de Cristo en Mateo 19:25-26. Recuerde que el Dios que puede perdonarnos es también el Dios que en las palabras de Judas 1:24, es “poderoso para guardaros sin caída y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría…”
El espíritu de intolerancia no surgió en épocas recientes. Vive en el hombre desde el comienzo de los tiempos y ha ensuciado la historia con muertes, guerras y otra clase de males menores.
Hemos observado en muchas ocasiones que las personas que viven un cristianismo de apariencia, o sea, que se colocan un velo cristiano con la finalidad de mostrar al mundo su fe, viven desgraciadamente buscando siempre aquí y allá una palabra que venga al encuentro de sus aspiraciones. Ellos ven a otras personas crecer en la fe y en el conocimiento del Señor Jesús, pero continúan paralizadas en el desarrollo de su creencia, simplemente porque no ejercitan la ley del perdón, sino que, al contrario, mantienen en sus corazones malos sentimientos contra cualquier persona, razón por la cual su fe no trae ningún beneficio a su vida “cristiana”.
Continuará…
Si le interesa lea también: Sabiduría salvadora (Parte II)
Libro: En los Pasos de Jesús
Autor: Obispo Edir Macedo