¿Qué significa iniquidad?
Lo principal que uno debería buscar es lo eterno, y cuando uno asiste a la Casa de Dios, la verdadera Iglesia de Jesús, la meta siempre debe ser buscar lo eterno. Es decir, en el mundo no se puede encontrar lo eterno, porque lo del mundo es pasajero. Por ejemplo, cuando uno se compra una camisa nueva, al principio está contento y la usa varias veces hasta que pasa la emoción. Otro ejemplo es mirarse en el espejo: antes uno se veía joven, pero con los años se da cuenta, al mirarse en el mismo espejo, que el tiempo ha pasado. Todo en el mundo es pasajero; lo único que no pasa es lo eterno. Es por esta razón que lo principal siempre debería ser lo eterno.

Pero, ¿cómo podemos esperar alcanzar lo eterno si nos aferramos o damos prioridad a las cosas pasajeras y no obedecemos lo que deberíamos?

El pueblo de Israel, en esta ocasión, estaba caído y sufría las consecuencias de haber quebrantado el pacto que tenía con Dios. La Palabra comienza así: “Vuelve, oh Israel, al Señor tu Dios, pues has tropezado a causa de tu iniquidad” (Oseas 14:1).
En las Sagradas Escrituras, cuando se refiere al pecado de transgresión, se relaciona con lo moral; y cuando se refiere a la iniquidad, se habla de un comportamiento espiritual relacionado con la mente y el corazón. Sin embargo, cuando se menciona la iniquidad, se hace referencia a la malicia: cuando uno juzga o piensa mal de alguien. El pueblo de Israel había tropezado porque sabían cómo debían comportarse ante la presencia de Dios, pero no lo hacían. Israel se comportaba de manera contraria y por eso fueron vencidos por sus enemigos.

Sigue: “Tomad con vosotros palabras, y volveos al Señor. Decidle: Quita toda iniquidad, y acéptanos bondadosamente, para que podamos presentar el fruto de nuestros labios” (Oseas 14:2).
Cuando la Palabra habla del fruto de los labios, se refiere a lo que uno dice y, si se reflexiona, también a lo que uno hace; y viceversa. Porque hay personas que hablan de una manera, pero viven de otra.


Continúa: “Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo, y nunca más diremos: «Dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en ti el huérfano halla misericordia” (Oseas 14:3).
Aquí se entiende que Israel buscaba alianzas con otros pueblos para intentar vencer a sus enemigos. Es decir, abandonaron el pacto y la dependencia que tenían con Dios, para depender de los hombres, los animales, los caballos y otros ejércitos con el fin de vencer a sus enemigos. Aun con todas estas alianzas humanas, fueron derrotados.
Esto también se ve hoy en día en personas que ponen la dependencia de su vida en lugares o países. Personas que se mudan de un lugar a otro pensando que en el sitio al que van encontrarán prosperidad, pero cuando llegan, no la encuentran. Pero, como podemos ver por experiencia y por lo que sucede alrededor del mundo, no hay ningún lugar en el que debamos poner nuestra dependencia y confianza, porque siempre se corre un riesgo. El único en quien debemos confiar y depender es Dios.

La palabra nos revela más: “Yo los sanaré de su infidelidad. Los amaré generosamente porque mi furor se habrá apartado de ellos” (Oseas 14:4).
Espiritualmente hablando, no hay enfermedad o condición peor que la infidelidad. El tipo de persona que es infiel a Dios vive en la malicia. Por ejemplo, es como aquel que miente, manipula y destruye reputaciones para ganar poder o posición, y lo considera inteligencia o estrategia. Lo más grave de quien vive en esta condición es que miente y vive de apariencias, sabiendo que le está siendo infiel a Dios.

Como resultado, este tipo de persona se resiente más, porque aquello en lo que puso su fe no le dio resultado, y se vuelve aún más infiel hacia Dios, haciendo que su corazón caiga en el pecado de iniquidad. En otras palabras, la vida de ellos no cambia.


Pero, ¿por qué no cambió?
La vida de ellos no cambió porque no eran honestos y vivían en la iniquidad. Este tipo de persona nunca se dedicó a su fe ni la definió verdaderamente.
Aún más: “Seré como rocío para Israel; florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como los cedros del Líbano” (Oseas 14:5).
Según la Palabra, el uso de la palabra “rocío” es un símbolo que representa al Espíritu Santo. Pero lo que el versículo está expresando es que no habrá límites. Cuando uno vive una vida de fe, no hay límites y nada puede limitar a uno, porque Él no es un Dios limitado.
Uno no puede aceptar una vida limitada cuando la promesa que Dios nos da no tiene límites.

Es desde ese punto que uno debería reflexionar así: ¿Será que yo le he sido fiel a Dios?
La fidelidad comienza en nuestros pensamientos. Si uno no puede entregarse con firmeza, tampoco podrá controlar los pensamientos que lo alejan de Dios.
La Palabra nos enseña así: “entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:3).


Entonces, cuando no podemos ser fieles, seremos guiados únicamente por la naturaleza del enojo y el resentimiento, sin crecer jamás en nuestra fe. Vivir en la iniquidad y no ser fieles es lo que siempre nos alejará de Dios. Es eso lo que nos impide recibir el Espíritu Santo, ser la propia bendición y convertirnos en un testimonio verdadero, sin límites.