Después de algunos años viviendo los dolores de la cosecha del pecado, Adán y Eva sintieron la terrible embestida del diablo en sus vidas nuevamente. Satanás atacó a Dios alcanzando a la familia de Adán, al instigar el primer homicidio de la historia. Caín, movido por la envidia y el odio, mató a su hermano, Abel.
Vea, entonces, que matar, robar y destruir son características del diablo desde el comienzo. Dentro de él existe el deseo de “asesinar” al alma del hombre, separándolo de Dios y destruyendo todo lo que es bueno y que fue creado por el Altísimo. Él persuadió al ser humano al pecado, promoviendo la ruina y la entrada de la muerte en la Tierra. Por eso, el diablo fue llamado, por el Señor Jesús, “homicida desde el principio” y un ser que nunca “se ha mantenido en la Verdad”.
(…) Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la Verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira.
Juan 8:44
Eso quiere decir que no existe la más mínima chance de reconciliación entre Dios y el diablo, así como no hay afinidad entre el Cielo y el infierno o entre el justo y el impío.
El Todopoderoso no Se detuvo en Su propósito de salvar a la humanidad, pues, inmediatamente después de la muerte del justo Abel, Él levantó a Set, su hermano, en su lugar. Después de esto, Dios hizo alianza con Noé, Abraham, Isaac y Jacob. De sus hijos, procedieron las doce tribus de la nación de Israel hasta llegar el momento de enviar a Su Hijo, Aquel que trabaría la guerra frente a frente con Satanás y le pisaría la cabeza para, finalmente, redimir a Su pueblo.
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