Una relacione con Jesús

Lea este artículo con gran atención, porque ustedes necesitan entender la importancia de tener una experiencia con el Señor Jesús. Constantemente se ha hablado de la importancia de experimentar el Nuevo Nacimiento, que es la transformación interna que se refleja externamente. El Nuevo Nacimiento es un cambio de mentalidad y de corazón. Para entender esta experiencia más profundamente, mire lo que dice la Palabra: “Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Romanos 8:31). Según la Palabra, esto demuestra el poder de la fidelidad de Dios y cuestiona a quien se opone contra nosotros cuando creemos en Él.

Continúa: “El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Según la Palabra, Dios entregó a su único hijo como sacrificio en la cruz y lo presentó como ofrenda. Cuando el Señor Jesús vino a este mundo, tuvo que nacer de una mujer pecadora y de un vientre manchado y corrompido por el pecado. De la misma forma, todo ser humano nace en pecado a causa del pecado de Adán y Eva. María, siendo como cualquier ser humano, era sexualmente virgen y espiritualmente una joven santa, dispuesta a pagar cualquier precio para cumplir la voluntad de Dios. Por esta razón, cuando supo que iba a ser embarazada por el Espíritu Santo, se sometió a la voluntad de Dios, aunque estaba humanamente confundida ante la situación. Fue por su sumisión que el Espíritu Santo pudo concebir a Jesús en su vientre. Esta fue la ofrenda de Dios; Jesús vino como ofrenda. Luego, Él se sometió al bautismo en las aguas; entró en las aguas turbias del río Jordán para identificarse con los pecadores. A pesar de ser completamente santo y sin pecado, Jesús experimentó el bautismo como un hombre cualquiera y enfrentó tentaciones en todo aspecto de su vida terrenal. Todas las tentaciones que nosotros sufrimos, Él las enfrentó, pero sin pecar. Nunca cometió pecado, y por esta razón pudo ser nuestro Salvador. Después de todos sus sacrificios, Él fue entregado en la cruz como sacrificio. El Señor Jesús dio su vida por nosotros y tomó sobre sí todas nuestras enfermedades, llevando así las cargas de la humanidad. Él cargó en Él todos los pecados.

 

Esta parte clave del versículo se repite: “¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32).

Si reflexionamos sobre la pregunta del versículo, llegamos a esta conclusión:

¿Por qué hay personas que asisten a la iglesia y no han recibido todas las promesas de Dios?

El tipo de persona del que se está hablando no ha recibido lo principal, que es el Espíritu Santo. Es fundamental entender que, si uno está en Él, debe tomar posesión de Sus promesas a través de la fe. No es suficiente simplemente asistir a la iglesia y mantener una relación con ella, porque tener una relación solo con la iglesia significa tener una relación solo con un obispo o un pastor, y no con Dios. Un hombre puede decepcionar, pero Dios no. Es necesario comprender que es imposible evitar las decepciones entre los humanos, ya que somos seres humanos y pecadores. Uno será decepcionado por muchas personas, incluidos obispos, pastores y hasta miembros de la iglesia. Porque si uno se considera una persona de Dios y mañana descubre que otra persona ha caído en pecado, se va a decepcionar. Una persona de Dios no espera que otro individuo de fe caiga en pecado, especialmente sabiendo que esta persona conoce la fe y la presencia de Dios.

Pero, ¿por qué esto ha pasado con muchos?

Esto no ocurre solo con unos pocos, sino con todos. Si reflexiona sobre el tiempo que ha estado asistiendo a la iglesia y sobre las personas que han caído, considere que, si esas personas no hubieran caído, la iglesia a la que usted asiste sería muy pequeña.

¿Cuántas personas fueron sanadas de enfermedades y sufrimientos, o prosperaron, y hoy ya no asisten?

Este tipo de persona tuvo una experiencia gloriosa con el poder de Dios y se retiró. Esto sugiere que esta persona no ha nacido de Dios.

La Palabra de Dios nos orienta así: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Romanos 8:33). Según la Palabra, cuando alguien es acusado, no se justifica por sí mismo. No es fácil, pero es posible. Aprenda a guardar silencio, porque entonces Dios lo justificará. Porque si usted se justifica, Él no intervendrá en su defensa, ya que usted mismo se ha defendido.

Pero aquí está la pregunta clave: ¿Es fácil ser acusado de algo que no hizo y mantener el silencio?

Tal vez no sea fácil de primero, pero si es posible. La Palabra de Dios no guía así, “¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34). Según la Palabra, es en los momentos más difíciles y caóticos por los que estemos pasando que el Señor Jesús intercede justamente por nosotros. Él hace esto para que seamos fortalecidos en la fe y permanezcamos en Su presencia. Sin embargo, si uno no está en la presencia de Él y no ha tenido una experiencia con Dios, la persona que puede interceder es un pastor. No obstante, el pastor no conoce la situación por la que uno está atravesando y, viceversa, ustedes no saben por lo que está pasando un pastor. Uno debe entender que la intercesión humana no es suficiente; Él tiene que interceder por nosotros. Porque en los momentos difíciles, Él es quien está a nuestro lado. El Señor nos cuida y guarda en los momentos difíciles porque eso es lo que está escrito en Su Palabra.

La Palabra dice así: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: Por causa tuya somos puestos a muerte todo el día…” (Romanos 8:35-36). En otras palabras, nuestra salvación está siempre en peligro. Es decir, la salvación de nuestra alma está en peligro, pero Él nos cuida cuando correspondemos en la fe. Sin embargo, no es suficiente tener fe; debe haber correspondencia. La correspondencia es parte del amor; por ejemplo, cuando un marido ama a su esposa, de nada sirve ese amor si la esposa no corresponde con el mismo amor a cambio. De la misma manera, si el marido no corresponde al amor que la esposa demuestra, habrá problemas cuando no haya correspondencia. Es por esta razón que la Palabra de Dios compara nuestra relación con Jesús con un matrimonio donde lo principal es la correspondencia.

Pero, ¿cuántos han entrado en una relación con la iglesia, pero no con Él?

Muchos asisten a la iglesia, dan diezmos y ofrendas, e incluso hay algunos que trabajan en la obra de Dios, pero eso es todo; no tienen una relación con Él. Mañana vendrán persecuciones, necesidades y momentos difíciles porque este mundo está dominado por el pecado. Pero aquí está la pregunta clave:

¿Cómo reaccionaremos en esos momentos?

Continúa: “…somos considerados como ovejas para el matadero. Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:36-37). Según la Palabra, no somos solamente vencedores; somos más que vencedores. Uno debe entender que la parte de Dios es siempre mayor; para Él no existe el más o menos. Todo aquel que es de Dios siempre tendrá lo mejor de Dios.

La Palabra dice así: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). Según la palabra, no hay nada ni nadie que nos pueda separar del amor de Dios, y consecuentemente, nada nos puede alejar de la iglesia. Aunque uno vaya a otra iglesia, esta es la característica principal de una persona que no ha nacido de Dios, que no ha tenido una experiencia verdadera con Jesús. Porque este tipo de persona vive saltando de iglesia en iglesia, decepcionándose por los hombres y no buscando a Dios.

 

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