Cruzando el río Jordán

Lea este artículo con atención para descubrir si, bíblicamente, está siguiendo los pasos del Señor Jesús. Pero, antes de continuar, por favor pregúntese:

¿Estoy andando en los pasos de Jesús? Y si lo estoy, ¿he cambiado de camino?

El camino de Dios es el mismo que el del Señor Jesús, y es el que produce fe en nosotros. Sin embargo, si nos desviamos de Sus caminos, nuestra fe disminuye; y lo que es aún más grave, el fracaso se convierte en una normalidad. Por ejemplo, si alguien conquista y luego pierde, y no tiene una fe bíblica, se siente derrotado. Con el tiempo, esta sensación de fracaso se convierte en algo natural, o mejor dicho, en algo normal. 

 

Sin embargo, muchos declaran tener fe, y aquí surge una pregunta clave: ¿Será que la fe que dicen tener es realmente una fe bíblica?

Es importante entender el tipo de fe que uno posee, porque lo que está prometido en la Biblia debe cumplirse en nuestra vida. Esto solo ocurre cuando vivimos y tenemos una fe bíblica. Pero, si vivimos de forma contraria a esa fe, estaremos perdidos y nada resultará en nuestra vida. Es necesario obedecer lo que está escrito para tomar posesión de lo prometido. Espiritualmente hablando, es imposible fracasar si estamos en los pasos de Jesús.

Cuando el pueblo de Israel estaba por entrar en la tierra prometida, Josué recibió la siguiente instrucción: “Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate, cruza este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:2). Si analizamos lo que está escrito, se usó la palabra “levántate” porque Dios no puede usar a alguien que está caído, ni en sí mismo ni en su fe. Este “levántate” espiritual nos muestra que el Espíritu Santo no está para derrumbarnos, sino para levantarnos y ayudarnos a avanzar. En el caso de Josué, él estaba preocupado y entregado a sus emociones porque había perdido a su líder espiritual, Moisés. Con la muerte de Moisés, la responsabilidad de liderazgo recaía sobre Josué, quien, humanamente hablando, se encontraba perdido y sin dirección. Pero Dios no puede actuar ni usar a alguien que no se levanta.

La Palabra nos enseña aún más con el símbolo de cruzar el río.

¿Qué significa cruzar el río Jordán?

Cruzarlo simboliza el abandono y la renuncia de la vida vieja para una nueva. Espiritualmente, también representa el bautismo en agua. Así lo ilustra la historia de Noé: “Quienes en otro tiempo fueron desobedientes cuando la paciencia de Dios esperaba en los días de Noé, durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvadas por medio del agua. Y correspondiendo a esto, el bautismo ahora os salva (no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una buena conciencia) mediante la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:20-21). El bautismo mencionado en este versículo es el mismo al que se refiere en la historia de Josué. El pueblo de Israel tenía que cruzar el río Jordán para llegar a la tierra prometida.

Si volvemos al primer versículo compartido, queda claro que las promesas de Dios no dependen de las circunstancias de una persona ni de su entorno. Para cumplir Sus promesas, Dios no se preocupa por los problemas, dificultades o enemigos que enfrentemos; Él solo se enfoca en nuestra condición, o mejor dicho, en nuestra fe en Él. Porque es la fe lo que hace todo posible y lo que nos mantiene en Sus caminos. Sin embargo, la obediencia es clave. Una de las grandes lecciones aquí es que Dios no quiere que nos preocupemos por nuestra situación. En otras palabras, Él no quiere que nos entreguemos a las emociones que nos dicen que no se puede. Lo que Dios desea de nosotros es que creamos y obedezcamos. Solo a través de la fe puede Dios actuar en lo que solo Él puede hacer. Pero, para que eso ocurra, debemos obedecer Su Palabra.

Dios revela más a aquellos que desean entrar, tomar posesión de lo prometido y seguir Sus caminos. La Palabra dice: “Entonces Josué dijo al pueblo: Consagraos, porque mañana el Señor hará maravillas entre vosotros” (Josué 3:5). Un sinónimo de “consagraos” es “purificación”. Esto nos enseña que Dios desea una limpieza interna, la limpieza del alma. Si algo debe quedar claro de este artículo, que sea este mensaje principal: el bautismo del arrepentimiento. Bautizarse significa demostrarle a Dios que uno se está arrepintiendo y dejando el pasado atrás. Es una declaración de que ya no deseamos vivir en pecado y anhelamos abandonarlo, sea cual sea.

Cuando uno es verdaderamente bautizado por Dios, el cielo se abre en su vida y se convierte en una fuente de bendiciones, victorias y testimonios, porque ha recibido el Espíritu Santo. Al recibirlo, uno vence todo. La Palabra dice: “Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las trompetas; y sucedió que cuando el pueblo oyó el sonido de la trompeta, el pueblo gritó a gran voz y la muralla se vino abajo. El pueblo subió a la ciudad, cada hombre derecho hacia adelante, y tomaron la ciudad” (Josué 6:20). Este pasaje demuestra una de las primeras maravillas que sucedieron después de que el pueblo de Israel fue bautizado. Murallas que, humanamente, eran inmovibles cayeron con un grito.

La Palabra añade: “Y sucedió que mientras huían delante de Israel, cuando estaban en la bajada de Bet-horón, el Señor arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos hasta Azeca, y murieron; y fueron más los que murieron por las piedras del granizo que los que mataron a espada los hijos de Israel” (Josué 10:11). Esta fue otra maravilla después del bautismo. Estas enseñanzas nos muestran que no debemos preocuparnos por las circunstancias, sino obedecer y tener fe en que Dios está con nosotros.

El bautismo es lo que abre el cielo, y el Señor Jesús lo demostró. La Palabra dice: “Entonces Jesús llegó de Galilea al Jordán, a donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trató de impedírselo, diciendo: ‘Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?’ Y respondiendo Jesús, le dijo: ‘Permítelo ahora; porque es conveniente que cumplamos así toda justicia.’ Entonces Juan se lo permitió. Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y he aquí, los cielos se abrieron, y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él. Y he aquí, se oyó una voz de los cielos que decía: ‘Este es mi Hijo amado en quien me he complacido’” (Mateo 3:13-17). Según la Palabra, el sacrificio de Jesús no comenzó en la cruz, sino en el bautismo.

Si el Señor Jesús estaba limpio de todo pecado, ¿por qué era necesario que Él se bautizara?

Porque debía identificarse como uno de nosotros para luego morir por nuestros pecados. El Señor Jesús fue identificado como pecador, aunque nunca pecó. Él simplemente quiso someterse a la voluntad de Dios. Aquí entendemos que el compromiso principal es depender completamente de Dios. Someterse con certeza de que Su voluntad se cumplirá en nuestra vida. El principio del sacrificio es renunciar a nuestra propia voluntad y confiar en el Señor.

Confíe en Él, porque Él sabe lo que es mejor para nosotros.

 

¡Dios los bendiga a todos!

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