La diferencia entre la ira humana y la ira Divina

La ira humana es inflamada por sentimientos, injusticia y descontrol. Por otro lado, la ira de Dios es santa y se opone a lo que es malo, impuro e injusto. La santidad Divina exige que la justicia sea hecha porque los propios atributos del SEÑOR Lo impulsan a eso. Vea algunos de ellos:

Santísimo: el SEÑOR es Santo, por eso abomina y repudia eternamente al pecado.

Omnisciente: Él conoce y ve íntimamente a todos todo el tiempo. Por eso, detecta el pecado en su fuente, es decir, en el deseo del corazón, incluso antes de que la transgresión sea cometida.

Perfecto: Él no acepta desvíos de carácter. Por eso, jamás tendrá al culpable por inocente.

Omnipotente: todo el poder está en Él. Así, ¡nadie escapará de Su poderosa mano!

Inmutable: el SEÑOR no cambia Su Palabra. Por lo tanto, Su disposición para salvar a los rectos y condenar a los perversos es perpetua.

Fue por tener conocimiento de estos atributos de Dios y también de Su ira, no solo por teoría, sino también por experiencia propia, que David suplicó: “SEÑOR, no me reprendas en Tu enojo, ni me castigues en Tu furor” (Salmos 38:1).

El pecado de David comenzó cuando se relajó en su fe por un instante. Él ya estaba establecido en su reinado y tenía muchas victorias, pero, mientras los reyes estaban con sus tropas en la guerra, prefirió quedarse en el palacio y descansar. Así, el ocio dio a luz al adulterio y al embarazo de la esposa de uno de sus más fieles soldados: Urías.

Para ocultar su pecado, David mintió, tramó y, finalmente, mandó a matar al marido de su amante. Más tarde, la vida de Urías le costó la muerte de cuatro hijos. Esa pena fue semejante a la que el rey le sugirió al profeta Natán, cuando este le preguntó qué castigo debería tener el “hombre rico que tomó la oveja del pobre” (véalo en 2 Samuel 12:1-7).

David cedió ante la tentación de la carne y pecó. Aunque el arrepentimiento le haya traído el perdón, no lo eximió de cosechar el mal que había sembrado. Sufrió la vergüenza de ser traicionado en la misma terraza del palacio en la que comenzó su adulterio (2 Samuel 16:22) y además vio a la espada de la muerte cortar “a parte de su familia.

Años más tarde, viviendo un momento de muchas realizaciones personales, David pasó a engrandecerse con sus conquistas. Viendo eso, el diablo lo incitó a conocer el poder militar que poseía, midiendo el tamaño de su ejército (1 Crónicas 21:1). Así, el hombre que había aprendido en la práctica las consecuencias de la desobediencia falló nuevamente. David ignoró las instrucciones de la Ley sobre el censo y decidió realizarlo con un propósito vanidoso, desagradando a Dios.

Orgulloso, David no consideró que sus victorias venían del Altísimo y comenzó a considerar su propia fuerza militar. Ahora, con el pecado ya instalado en su espíritu, las consecuencias serían nefastas. De los tres castigos impuestos, tuvo permiso de elegir uno, y el elegido cayó sobre todo el pueblo de Israel. ¡Eso mismo! Toda la nación sufrió por su transgresión. David vio al Ángel del Señor matar, por medio de una peste, a 70 mil hombres. ¡Vea cómo el pecado trae dolores para la persona que pecó y para los demás! Daremos más detalles sobre este tema.

Así, el hombre que tenía a Dios como su Aliado, ahora Lo tiene como Sentenciador (1 Crónicas 21:14). El Cielo abierto que derramaba bendiciones pasa ahora a derramar muerte.

Después de tamaña devastación, David decidió volver al Altísimo con su espíritu quebrantado y arrepentido. Alcanzó la misericordia y, al levantar un Altar de sacrificio, la peste cesó. El Altar que él no consideró al pecar, ahora era el único Lugar donde encontraría la Salvación. En las dos ocasiones, David encontró el perdón de Dios porque, de hecho, se arrepintió. Aunque las consecuencias eternas de sus actos hayan sido borradas, las terrenales no lo fueron.

La diferencia entre esos dos pecados de David es que el primero fue cometido por una debilidad carnal, cuando cedió a la tentación del adulterio. El segundo fue espiritual, al creer más en la fuerza de su propio brazo que en la Provisión Divina. Pero, en los dos momentos, no dejó de cosechar lo que sembró.

Todo el tiempo surgen oportunidades para pecar, y vienen para todos, pero debemos recordar que el pecado es una rebelión contra Dios, principalmente cuando es cometido por personas conocedoras de las Sagradas Escrituras. Aunque los ojos humanos no lo vean o no lo califiquen como grave, pecado es pecado, y atrae la ira de Dios.

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