La Segunda Bestia (parte 3)

El final de este capítulo muestra que el anticristo será identificado a través del número seiscientos sesenta y seis. Entonces, cuando surja la bestia-leopardo, o el hombre con el poder político-religioso, se debe calcular el número de su nombre, y ciertamente será el número seiscientos sesenta y seis. El apóstol Pablo enumeró las tres veces seis características de los hombres del final de los tiempos, cuando dijo:

«Sabed, sin embargo, esto: En los últimos días sobrevivirán tiempos difíciles; pues los hombres serán: egoístas, ingratos, crueles, avarientos, irreverentes, enemigos del bien, jactanciosa, de aficionados, enfatuados, desobedientes a los padres, sin dominio de sí, amigos de los placeres antes que de Dios».
Y en el versículo siguiente, el apóstol pinta la figura general de esos hombres:

«Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de toda la fe. Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal. Y tenemos confianza respecto a vosotros en el Señor, en que hacéis y haréis lo que os hemos mandado» (2 Tesalonicenses 3:1-4).

Esta revelación del anticristo trae a baila la gran responsabilidad de aquellos que pertenecen al Señor Jesús, en llevar la palabra de salvación a aquellos que se encuentran en las tinieblas, bajo el yugo del espíritu de la bestia. Es hora de todos los siervos del Altísimo se unan, no sólo en oración, sino sobre todo en un esfuerzo mutuo de rescatar a los perdidos. Cada persona convertida al Señor

Jesús tiene la responsabilidad de atalaya. Pues Dios no llama a nadie sólo para ser salvo, sino también para usarlo a salvar otras vidas. Cuando el deber del atalaya o del siervo del Señor Jesús está escrito:

«Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestaras de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma» (Ezequiel 3:17-19).

Continuará…

Si le interesa lea también: La Segunda Bestia (parte 2)

Libro: Estudio del Apocalipsis Vol 1
Autor: Obispo Edir Macedo

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