Velad y orad (Parte 2)

Vigilar y orar es una tarea espiritual que nos mantiene conscientes del gran peligro que corremos de inclinarnos hacia la carne y el pecado.

Cuando el Señor Jesús invitó a aquellos tres discípulos para que oraran con Él en el jardín, Él quería que, a través de aquel momento registrado, todos tuvieran la oportunidad de testificar la guerra instalada dentro de Su alma y que todos nosotros pudiéramos aprender, a través de Su ejemplo, cómo vivir.

Los discípulos se durmieron mientras el Señor Jesús enfrentaba Su mayor agonía. La reprensión no vino porque estaban somnolientos, sino porque estaban débiles para resistir la presión del infierno. (Tan débiles que no lograron quedarse una hora en oración.)

… ¿Conque no pudisteis velar una hora Conmigo? Mateo 26:40

El propio Hijo de Dios había pasado el día con ellos y había compartido las mismas actividades. Si había alguien que podía alegar cansancio era el Señor Jesús, pero en ningún momento fue vencido por Sus limitaciones humanas.

Vigilar y orar es una tarea espiritual que nos mantiene conscientes del gran peligro que corremos de inclinarnos hacia la carne y el pecado. Quien no vive esa vigilancia, al igual que los discípulos, también dormitará en la fe y colocará su propia alma en riesgo.

Quien no vive en permanente estado de vigilancia con relación a la salvación de su propia alma no cree en las Sagradas Escrituras ni en la vida eterna.

Sepa que es en el momento de la tentación que la fidelidad y el temor son probados. Y no hay mayor victoria para la fe que una persona que permanece firme y fiel hasta su último suspiro de vida para que, finalmente, su alma sea llevada a Dios.

Por lo tanto, si nota que está inclinado hacia el pecado, huya inmediatamente de él. No deje que sus deseos lo conduzcan. Usted tiene espíritu —o sea, inteligencia y raciocinio— para proteger a su alma a través de la obediencia a la Palabra de Dios.

Todo en este mundo tiene fecha de vencimiento, menos el alma humana. Esta es eterna. Nada puede hacerla dejar de existir, ni la primera ni la segunda muerte; ni el infierno ni el diablo —ni siquiera Dios puede destruirla—. Si es lavada por la sangre del Señor Jesucristo, vivirá́ la eternidad con Él en la Nueva Jerusalén; pero, si no es purificada de sus pecados antes de la primera muerte, sufrirá́ los tormentos eternos en la segunda muerte, que es el lago de fuego y azufre.

Continuará…

Libro: Secretos y Misteriosos del Alma

Autor: Obispo Edir Macedo

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