Velad y orad ( Parte 1)

Usted puede ser la persona más pobre, más fea y despreciable de este mundo, la última de las criaturas, pero su alma es tan preciosa, pero tan preciosa, que es disputada por Dios y por el diablo.

El Señor Jesús dijo: “Velad y orad…” (Mateo 26:41). Velar es vigilar, cuidar. Nosotros solo vigilamos algo muy rico y precioso, ¿no es cierto? Las joyas valiosas son guardadas en bancos y en cajas fuertes; el dinero es invertido en el banco en el que se confía; y las mansiones, las casas y los edificios son vigilados por cámaras de seguridad. Pero ¿Jesús mandó a vigilar el cuerpo, las casas y los tesoros de este mundo? No. Él nos mandó a vigilar lo más valioso que tenemos: nuestra alma.

Usted puede ser la persona más pobre, más fea y despreciable de este mundo, la última de las criaturas, pero su alma es tan preciosa, pero tan preciosa, que es disputada por Dios y por el diablo.

Dios hizo Su parte para conquistarla al dar el alma de Su único Hijo. El diablo no dio nada; aun así, quiere tomar el alma humana para sí.

Entonces, cuando usted vigila y cuida su alma, la está preservando para la eternidad con Dios.

Para que entienda mejor lo que estoy diciendo, veamos el ejemplo de una mujer que da a luz: ella no deja a su bebé solo, sino que lo vigila y lo cuida todo el tiempo. Teme que el niño tenga alguna necesidad y ella no esté cerca.

¡Su alma vale más que todo lo que usted tiene! Y es usted quien decide si esta vivirá́ eternamente con Dios o en el lago de fuego y azufre, que es la segunda muerte.

La salvación es tan importante que el Señor Jesús recomendó́ que vigilásemos y orásemos para guardar y preservar nuestra alma.

Quien cela por su propia salvación demuestra temor a Dios. Incluso, es a través del temor a Dios y de nuestra vigilia permanente con respecto a nuestra alma que evitamos caer en tentación. Es como está escrito:

Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu [mente, razón, intelecto] está dispuesto, pero la carne [alma cubierta de carne] es débil. Mateo 26:41

El Señor Jesús les ordenó a Sus discípulos que vigilaran a su propia alma; o sea, cada uno tendría que sujetar su alma a su propio espíritu. Y una vez estando el alma en atenta y sumisa vigilancia, el espíritu puede conducirla en la oración por la necesidad del momento.

Entonces, ¿cuál era la necesidad de que los discípulos vigilaran y oraran? Aquella orden era para que Pedro, Juan y Jacobo se mantuvieran firmes cuando el Señor Jesús fuera arrestado. Pero ¿qué hicieron? Se durmieron. Y, en el momento de la prisión del Salvador, Pedro sacó la espada y le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote. Lo hizo porque su alma carnal quiso defender al Señor e impedir Su sacrificio.

Continuará…

Libro: Secretos y Misteriosos del Alma

Autor: Obispo Edir Macedo

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