Con las maletas listas para la eternidad (Parte II)

Las tribulaciones que cansan y debilitan al cuerpo son las mismas que alientan y robustecen al alma a través de las experiencias de comunión y confianza en Dios.

Necesitamos entender los grandes contrastes que las Escrituras puntúan entre la vida terrenal y la vida eterna; el tabernáculo perecible (el cuerpo) y el edificio de Dios (el nuevo cuerpo para el alma).

Esa contraposición también aparece entre el cuerpo cansado y el espíritu revigorizado:

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día (2 Corintios 4:16).

Eso significa que el cuerpo físico de un hijo de Dios puede deteriorarse, pero la práctica de la fe renovará su alma constantemente. Es un proceso continuo que sucede en el presente, pues, a medida que el cuerpo se debilita con el pasar de los años, el espíritu se fortalece y se agiganta para la entrada en la eternidad.

Las tribulaciones que cansan y debilitan al cuerpo son las mismas que alientan y robustecen al alma a través de las experiencias de comunión y confianza en Dios.

Siendo así, nuestras expectativas en este mundo no deben ser de facilidades, pues, en este cuerpo, estamos sujetos a aflicciones. El apóstol Pablo dijo que “gemimos” al pasar por las injusticias, calumnias y persecuciones y, por eso, deseamos cada vez más ardientemente ser revestidos de la nueva vida, del nuevo cuerpo, que ya no será susceptible a los dolores y sufrimientos.

Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial (2 Corintios 5:2).

Por más bello y saludable que sea un cuerpo, en un determinado momento, su fragilidad humillará a su dueño, que sentirá el peso de sus limitaciones físicas.

Es, por lo tanto, un gran privilegio tener el cuidado por parte de Dios de darle a nuestra alma no solamente un cuerpo en este mundo, sino, sobre todo, un cuerpo celestial en el porvenir.

En la alegría de estas revelaciones, contemplamos el Cielo a partir de la Tierra. Mostramos que ansiamos por la plena intimidad con el Señor en el secreto de nuestro cuarto. Somos las personas más felices del mundo, pero no felices a causa de los placeres que este ofrece; pues, aunque vivamos en él, no le pertenecemos. De él fuimos quitados y andamos por la fe y no por vista.

Al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:18).

Continuará…

Si le interesa lea también: Con las maletas listas para la eternidad (Parte I)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

Share This Post

More To Explore