Lea este artículo con gran atención. Deben entender que no es necesario realizar ninguna prueba para confirmar si uno ha sido sanado. Cuando se cree en la Palabra que se ha escuchado, la Palabra por sí sola sana. Esto es lo que ocurrió con el hijo del capitán. No era necesario que Jesús fuera a su casa ni que le hiciera ninguna prueba, porque había recibido la Palabra. Por lo tanto, cuando se recibe la Palabra, uno debe tener fe en que ha sido sanado de todo. Aunque sientan algo, no consideren los síntomas, consideren la Palabra. Así es como funciona la fe. La fe no toma en cuenta ninguna circunstancia, por muy real que esta parezca. Deben recordar que el poder de Dios es tan real como la circunstancia. Deben recordar que el poder de Dios es tan real como la circunstancia. Por ejemplo, hay personas que asisten a la iglesia, reciben una oración y después ya no sienten dolor. Sin embargo, hay otras personas que no sintieron nada, y no estaban sintiendo nada, pero tenían una enfermedad oculta. Uno debe tomar la Palabra de Dios en serio y entrar en una relación de fidelidad, en la cual siempre se considere lo sagrado. Uno debe ponerse a prueba con lo sagrado, tomando posesión de lo prometido. Eso significa que no podemos guiarnos por lo que queremos, sino por lo que necesitamos. Sobre todo, lo que uno debe buscar a través de su fe es la promesa.


Cuando uno se enfoca en su fe y conquista la promesa, todos los problemas se vuelven insignificantes. Es más, uno no será vencido por la duda, el miedo o la preocupación, porque entenderá que la promesa no falla. La promesa no puede ser cancelada, anulada o impedida por nada.


La Palabra de Dios nos revela: “Enseñarán a mi pueblo a discernir entre lo sagrado y lo profano, y harán que ellos sepan distinguir entre lo inmundo y lo limpio” (Ezequiel 44:23). Al reflexionar sobre la Palabra y observar a nuestro alrededor, uno se da cuenta de la razón por la cual el ser humano experimenta fracasos. Por ejemplo, muchos conocen los fracasos familiares, los fracasos en el matrimonio, como padres, como hijos, fracasos profesionales, económicos, etc. Estos fracasos suceden precisamente por no saber distinguir entre lo sagrado y lo profano. Además, cuando no tenemos este discernimiento, comenzamos a relacionarnos con cosas y personas como si fuera algo casual, sin valorar lo que Dios ha determinado como sagrado.
Pero, ¿Cuántas personas va a trabajar de mala gana?
Muchos van a trabajar de mala gana porque se sienten menospreciados y sin valor en su trabajo. Pero, si en verdad uno quisiera ser valorado, debería agradar a Dios y vivir conforme a lo que está orientado en Su Palabra. Si uno fuera así, no le importaría si alguien no lo valorara.


Uno debe considerar lo que está escrito y valorar lo sagrado.
Debe despreciar lo que es profano, inmundo y despreciable, y valorar lo que Dios dice que es sagrado. Porque de nada sirve que uno asista a la iglesia, haga oraciones, presente su diezmo y ofrenda, si no obedece la Palabra como está orientada.
¿Cuántas personas asisten a la iglesia, han dado su diezmo, sus ofrendas y han hecho oraciones, pero no han visto resultados?
Muchos no tienen testimonios.
¿Por qué?
Esto sucede porque no han considerado lo sagrado en toda su plenitud.

Si uno no sabe la diferencia entre lo sagrado y lo limpio, ¿cómo puede dar resultados?
Por ejemplo, si reflexionamos sobre las primicias, la Palabra dice así: “Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos” (Proverbios 3:9). Según la Palabra, Él es el primero. Uno nunca debe considerarse a sí mismo ante Él, ni tampoco considerar sus necesidades y problemas. Uno siempre debe considerarlo a Él primero.
Pero, ¿cómo puede uno considerarlo, si se encuentra en una situación crítica, de frustración, miseria, pobreza, soledad, desprecio, rechazo y abandono?
Esta no es la manera en que se vive la fe bíblica.


¿Cómo así?
Con emoción. La fe que funciona es la fe que proviene de la mente y es despertada por el Espíritu Santo. En otras palabras, es cuando uno escucha la Palabra con el deseo de oír la voz de Dios y está dispuesto a obedecer. Por ejemplo, si uno asiste a la iglesia y no obedece la voz de Dios, su vida seguirá igual. Pero, si uno toma la decisión de obedecer, a partir de ese momento su vida cambiará desde el interior.
Pero, ¿uno no debe ilusionarse?
Uno tiene la habilidad de encontrar la solución a cualquier problema, sea económico, familiar o sentimental. Pero, si no hay ningún cambio en el interior de uno, los problemas volverán nuevamente, y peor que antes. Porque lo principal está en su interior, que es su alma. Es por esta razón que uno tiene que reconocer la importancia de considerar lo sagrado y lo que Dios le ha dado, que es la vida, que es su alma, que es sagrado. La vida de uno es sagrada. Muchos viven su vida como quieren porque dicen: ‘La vida es mía’. Pero no, la vida no es de usted, no es de uno, es de Él. Es por esta razón que Dios nos llama a asistir a la iglesia, para que aprendamos a vivir de acuerdo con Él y con Su Palabra.

Entonces, si regresamos a la Palabra que fue mencionada anteriormente: “Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos” (Proverbios 3:9). Según la Palabra, en ese tiempo no había dinero, entonces en lugar de esto la gente honraba a Dios con los frutos y con el sacrificio de animales. Esto era algo muy difícil. Ellos vivían de la agricultura y del ganado. Se debe entender que no todas las personas tenían una agricultura abundante o una cantidad suficiente de animales para presentar como ofrendas, primicias o diezmos. Lo de antes era un verdadero sacrificio. Pero, aun así, Él nos orientaba a no considerar nuestra condición, sino que mejor consideremos a Él. Porque usted verá el resultado que humanamente hablando usted no podía ver.

La Palabra sigue así: “Entonces tus graneros se llenarán con abundancia y tus lagares rebosarán de mosto” (Proverbios 3:10). Si observamos la Palabra, las promesas de Dios nunca están de acuerdo con nuestros límites. Dios siempre promete abundancia.
¿Por qué?
Uno no debe creer que Dios solo suplirá nuestras necesidades. La promesa es siempre para hacer más, no menos. Las promesas son siempre para hacer más de lo que uno puede.


Sin embargo, la abundancia prometida por Él no llega de la noche a la mañana. Pero es una abundancia que se manifiesta, y uno comienza a notar que Dios está dando aumento tras aumento. No hay crisis, no hay inflación, no hay ninguna circunstancia que pueda limitar esta abundancia.
