El corazón lleva al fondo del pozo

Recientemente, conocí la historia de una muchacha que sirvió a Dios como obrera durante cinco años. Sin embargo, vio su vida transformándose en un infierno debido a su propio corazón. Estaba casada con un hombre que también era obrero de la iglesia, pero, cierta vez, llegó a su casa y lo encontró en la cama con otra mujer, que también era obrera. En shock, se fue de su casa y quedó con un rencor profundo hacia él y hacia su amante. Ese sentimiento fue el comienzo de su caída.

Esa mujer, que tenía fe para expulsar demonios, evangelizar, orar por las personas y frecuentar asiduamente a los cultos, no tuvo la misma fe para perdonar ni para superar sus sentimientos de enojo y rencor. Consecuentemente, con el alma sumergida en resentimientos, no logró superar aquella situación. Las peleas con el exmarido se tornaron cada vez más frecuentes y ella, cada vez más, caminaba alejándose de Dios y de Sus enseñanzas. Después de algún tiempo, con ambos desviados de la fe y completamente perdidos, ocurrió un hecho que le puso fin a la vida de aquel a quien ella más amaba: su niño.

Un cierto día, su exmarido fue a su casa. Completamente alcoholizado y drogado, la agredió con un palazo; luego, le dio un tiro en la cabeza a su hijo y después se mató.

Ella logró sobrevivir a esa tragedia, pero quedó aún más desorientada y perdida. Ahora, además del rencor del exmarido y de su amante, pasó a nutrir un enojo hacia Dios. Así, esa joven mujer perdió a su familia, su preciosidad en este mundo, y vio al suelo abriéndose debajo de sus pies.

En uno de nuestros movimientos evangelísticos para rescatar a las personas desviadas de la fe, la encontramos con una cuerda en el cuello a punto de ahorcarse. Aquel era uno más de los muchos intentos de ponerle fin a su propia vida, tamaño era el abismo en el que se encontraba.

Esa ex obrera perdió la fe y el amor por Dios y vio cómo su vida quedaba devastada. Según su relato, no tenía más fuerzas para doblar las rodillas y orar, porque los demonios hacían de su cabeza una “olla a presión”, con tantos pensamientos horribles. Además de eso, ya no lograba leer más la Biblia, pues tenía su mente oscurecida y sin entendimiento.

Varias veces, esa mujer pasó por la puerta de la iglesia e intentó entrar para pedir ayuda, pero, con el tiempo, no lograba ni siquiera dar ese simple paso en búsqueda de la Salvación de su alma.

En su testimonio, su voz cargaba tanto dolor que nos llevó a reflexionar sobre cuán importante es guardar nuestra fe y blindarnos de los engaños del corazón. Pues el diablo, al observar la sensibilidad de alguien, crea situaciones y usa a personas para traicionar, maltratar y causar injusticias. Su objetivo es fragilizar la fe de esa persona, como ocurrió con esa ex obrera. En el caso de esa joven mujer, Satanás encontró la brecha que quería cuando ella le dio lugar a lo que su alma sintió después de la traición, y no a lo que la Palabra de Dios dice: tener buen ánimo en las aflicciones y perdonar a aquellos que nos hacen mal.

Los espíritus inmundos pisotearon su vida y, si no fuera por el socorro del Señor Jesús por medio de Sus siervos, ella habría muerto y, lo peor, tendría su alma atormentada en este momento.

Este ejemplo retrata bien lo que el Señor Jesús dijo al respecto del corazón, que es la fuente de los malos pensamientos y deseos: “Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias” (Mateo 15:19).

En el jardín del Getsemaní, ocurrió una situación que ilustra la constante lucha del espíritu (fe) contra la carne (alma). Pedro, Jacobo y Juan dormían sofocados de cansancio mientras que el Señor Jesús oraba para enfrentar el momento más decisivo de Su vida: la cruz. Aquellos discípulos, en lugar de hacer lo que les había sido ordenado hacer, es decir, orar y estar atentos al Maestro y a aquel momento, descansaban.

Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.

Mateo 26:41

Esa debilidad de la carne (alma) no es nada más que la inclinación a las emociones y a los sentimientos, que dejan al ser humano débil, vacilante e inestable. Por otro lado, “el espíritu está dispuesto” quiere decir que nunca es sorprendido por el mal, porque está conectado al Altísimo; consecuentemente, es prudente y celoso. Por eso, el espíritu está siempre dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a vencer las tentaciones. Entonces, si la inclinación de la carne lleva a la muerte espiritual, la inclinación que procede del espíritu conduce a la vida, al ánimo y a los buenos objetivos.

Pablo se refiere a las obras de la carne como pensamientos oriundos del corazón. Vea:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el Reino de Dios.

Gálatas 5:19-21 RVR1960

Note bien que la mayoría de los pecados mencionados aquí son cometidos cuando las emociones están en alta. Por ejemplo: solamente una persona tomada por sentimientos y deseos impropios tiene el “coraje” de traicionar a su cónyuge y destruir su familia. Solamente alguien que cede ante su carne da lugar para que los vicios, el odio y otros pecados entren a su vida.

Por lo tanto, podemos entender que el corazón y la carne son lo mismo. Las obras de la carne y los pensamientos del corazón dan lo mismo. Los nacidos de la carne y los nacidos del corazón son lo mismo. Los nacidos del corazón fueron generados en la emoción, de la misma forma como los nacidos de la carne fueron generados por los sentimientos.

A este tipo de “cristiano” le gustan los mensajes con fuertes llamados a la emoción. Le gustan las demostraciones de afecto del pastor. Le gusta aparecer y recibir elogios, reconocimientos y alabanzas. En la ausencia de eso, el corazón fervoroso se entristece e incluso abandona la fe. Todo eso porque los nacidos de la carne son pura emoción. En la iglesia, se sienten bien, pero, afuera, se sienten fríos. A fin de cuentas, viven de lo que sienten o dejan de sentir. Por eso, no logran vencerse a sí mismos y, mucho menos, al mundo. Fueron engañados por la fe proveniente del corazón, y el tiempo terminó mostrando sus frustraciones. Lo que dirige su fe son los sentimientos y no la Biblia, pues la fe que “sienten” nació en el corazón y fue agasajada por los sentimientos. Allí, se originó y continúa alimentándose con consejos emotivos, canciones emotivas, reuniones emotivas, alabanzas llenas de emociones, etc.

Por lo tanto, esa fe es puro fruto de sentimientos. Solo espuma. Nunca está apta para obedecer la Palabra de Dios, enfrentar aflicciones, tribulaciones y pruebas de los desiertos. Ese tipo de fe no se sustenta en la guerra, porque no tiene coraje para sostener la espada y defenderla. Al contrario, defiende a la denominación, al pastor, pero nunca a su creencia. Su cobardía acepta cualquier cosa, menos luchar. Acepta incluso la unión con el mal, solo para no tener que enfrentarlo.

La fe del corazón es como el maquillaje. Se derrite frente al calor de la batalla. Se tapa los oídos al sonido de la trompeta y huye del alarido de guerra. ¿Cómo podría contar el Espíritu de Dios con ese tipo de gente? Las religiones y los religiosos son así. Consciente o inconscientemente, trabajan en conspiración con el infierno. Muchas personas sustentan la fe encendida por la cobija de la emoción; otras, por la frialdad de la tradición. Pero están también los que no huelen bien ni mal: son los tibios que, si no toman partido de la fe, serán vomitados por Dios.

Mensaje sustraído de: Cómo Vencer Sus Guerras por la Fe (autor: Obispo Edir Macedo)

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