El Precio de la salvación (Parte 1)

El Señor Jesús comparó al Reino de los Cielos con un tesoro oculto en un campo.

El Señor Jesús comparó al Reino de los Cielos con un tesoro oculto en un campo. ¿Cuál sería, entonces, el precio de ese campo? Si tenemos que despojarnos de algo, ¿qué sería o cuál sería el precio que pagar para la entrada en el Reino de los Cielos?

Para que tengamos una idea del costo o la “entrada” del Reino de los Cielos, primero tenemos que evaluar el sacrificio hecho por el Señor para darnos el derecho de entrar en Su Reino.

Un detalle importante: ¡solamente el alma salva puede entrar en el Reino de los Cielos! El cuerpo se queda afuera, y el espíritu (sabiduría) vuelve a Dios. Solamente el alma tendrá́ el privilegio de entrar en el Reino de los Cielos.

Pero ¿cuál ha sido el costo de la salvación del alma? La Biblia dice que fuimos comprados por precio (1 Corintios 6:20; 7:23). ¿Cuánto fue ese precio? ¿Sería un precio justo?

El buen precio pagado por el Señor Jesús fue Su propia vida, o sea, la vida del Hijo de Dios por la vida de personas pecadoras, malas, perversas, injustas, ingratas…

En las referencias bíblicas citadas, el apóstol Pablo les enseña a los cristianos de Corinto que nuestra alma fue comprada por el Señor Jesús. Él entregó Su propia alma por la nuestra. Para salvarnos, el Hijo de Dios tuvo que pagar un alto precio. Él gimió y sufrió los dolores más atroces desde que descendió a este mundo como hombre hasta Su prisión y muerte en la cruz.

En la condición de Dios —y, por lo tanto, Espíritu y Eterno—, el Señor Jesús jamás podría morir. Sin embargo, al vestirse de carne y hueso, o sea, al venir a este mundo como un ser humano común, Él pudo dar Su vida como ofrenda viva.

El profeta Isaías habla de cómo Dios quiso moler el alma de Su Hijo como ofrenda por el pecado.

¿Quién ha creído a nuestro mensaje? ¿A quién se ha revelado el brazo del SEÑOR? Creció́ delante de Él como renuevo tierno, como raíz de tierra seca; no tiene aspecto hermoso ni majestad para que Le miremos, ni apariencia para que Le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no Le estimamos. Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros Le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados. Isaías 53:1-5

Continuará…

Libro: Secretos y Misteriosos del Alma

Autor: Obispo Edir Macedo

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