El premio de la guerra

Este libro jamás podría terminar sin revelar el premio de esa guerra que enfrentamos todos los días. Digamos que, en un cierto sentido, un “trofeo” será dado a los vencedores, mientras que los perdedores sufrirán las consecuencias malas y eternas. Todo ese resultado ya está expuesto en las últimas páginas de la Biblia:

La revelación de Jesucristo, que Dios Le dio, para mostrar a Sus siervos las cosas que deben suceder pronto (…)

Apocalipsis 1:1

Normalmente, solo tomamos conocimiento del epílogo de una historia cuando termina. Sin embargo, en la historia de Dios y de la humanidad, ya tenemos de antemano el desenlace de los principales hechos que sucederán en el final. Pienso que el conocimiento de esos eventos es un bálsamo para el alma de los que gimen por las persecuciones a causa de su fe y una manera de animar a los fieles a permanecer firmes, a pesar de todo el dolor que enfrentan hoy. Debería ser un hábito de todo cristiano, diariamente, releer las Promesas Divinas tanto de juicio como de recompensa que cada persona recibirá según sus acciones, pues eso estimula la fidelidad, la fuerza y el temor a Dios y a Su Palabra.

En el transcurso de esta caminata, hablamos del sacrificio que necesitamos hacer para mantenernos en el Reino de Dios. Alertamos acerca de la ardua vigilancia espiritual, del riesgo de caer en las trampas del diablo y del peligro de las inclinaciones de la carne, como vanidad y orgullo, entre otras. Pero ¿qué podría ser mejor para darle coraje a alguien que saber, por el propio Dios, lo que les ha reservado a aquellos que viven una jornada de confianza y obediencia a Él? Como Padre, el Altísimo empeña Su Palabra y Se compromete a honrar sobremanera a aquellos que vencen la guerra por la Salvación de su alma.

En toda la Biblia, tenemos promesas que hacen referencia a la herencia eterna de Dios para Sus hijos, pero ningún libro de las Escrituras hace más promesas a los salvos que Apocalipsis. El propio nombre del libro, que significa “Revelación”, muestra el tenor de sus mensajes; es decir, desvenda la realidad de un futuro no muy distante que antes estaba oculto y preservado solo en la mente del Señor. Pero, una vez expuesta a los siervos, les corresponde a ellos abrazarla y vivir de modo digno al Evangelio revelado.

El Autor de la revelación es el Dios Hijo. Por lo tanto, ninguna Palabra escrita en Apocalipsis, así como en toda la Sagrada Escritura, tiene origen humano, sino que viene del Santo, del Verdadero, del Testigo Fiel: el Señor Jesucristo. Él le mostró los eventos futuros al apóstol Juan, en Patmos, para ofrecernos la posibilidad de vislumbrar un poco de la gloriosa recompensa que los justos tendrán en su hogar celestial.

Otro hecho importante a observar es que, antes de escribir una carta, primero, el remitente necesita saber a quién va a dirigir su mensaje. Por ese motivo, Apocalipsis trae en su inicio una dedicatoria a las personas que recibirán sus preciosas revelaciones: los siervos del Altísimo que permanecerán fieles, incluso enfrentando todas las tribulaciones.

Muchos son los privilegios de servir al Todopoderoso; entre ellos, está la consideración Divina de no mantener en secreto los planes y los propósitos del Cielo (verifique en Amós 3:7). Por ejemplo, Dios avisó al justo Noé al respecto del diluvio y fue leal a Abraham, al anunciar la destrucción de Sodoma y Gomorra, donde estaba su sobrino Lot y su familia.

Siendo Quien es, Dios no necesitaba dejarnos saber Sus planes, pero hace eso porque Su carácter es fiel y generoso. Aquellos que no Lo sirven no disfrutan esa intimidad y ni siquiera entienden Su voluntad, porque Su Palabra solo puede ser discernida espiritualmente y no por sabiduría humana (1 Corintios 2:14).

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