El rescate de nuestra alma (Parte I)

Cuando una persona deposita la fe en el Señor Jesús, coloca su vida, su esperanza, su futuro, sus problemas, sus aflicciones y todas sus angustias en Sus manos.

Cuando una persona deposita la fe en el Señor Jesús, coloca su vida, su esperanza, su futuro, sus problemas, sus aflicciones y todas sus angustias en Sus manos.

Pero, cuando no existe esa práctica de la fe, la persona vive con una visión miope, viendo solo lo que está reflejado en el espejo, nada más.

No logra ver lo que carga dentro de sí. Solo valora el exterior y lo que siente, que es el dolor del vacío. El vacío existencial ha sido una marca tan latente en nuestros días que hemos visto a una multitud, en todas partes del planeta, cortando su propio cuerpo. El dolor es tan insoportable que las personas llegan a mutilarse para olvidarse un poco del sufrimiento agonizante que sienten en el alma.

Es obvio que solo padece así quien aún no se rindió al Señor Jesús ni a Su Palabra.

¿Cuántas personas deprimidas conocemos que no tienen ni siquiera un minuto de paz en su interior? Buscan diversión en los clubes nocturnos, en las múltiples relaciones y en las redes sociales, pero, al final, vienen el agotamiento, la tristeza y el mismo dolor dentro del pecho que las consume.

Tal vez usted conozca a alguien o incluso sea esa persona que se siente completamente perdida. Tal vez incluso piense que nadie en el mundo comprende lo que pasa dentro de usted. Pero ¿sabía que el Señor Jesús sintió infinitamente más de lo que usted está sintiendo? ¿Sabía que el Hijo de Dios sufrió en el alma el más alto nivel de dolor, aflicción y angustia? Para que Él pudiera ser nuestro Salvador, tuvo que pagar un alto precio, renunciar a Sí mismo, dejar Su gloria eterna y someterse a un cuerpo físico y a un alma que podían ser heridos. Fue por eso que, cuando estaba en el jardín del Getsemaní —antes de ser encarcelado, juzgado, condenado y crucificado—, Él dijo:

… Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte… (Mateo 26:38).

El Señor Jesús sabe perfectamente lo que usted ha pasado, pues fue para eso que Él vino: para colocarse en su lugar y para ofrecerse en sacrificio vivo, haciendo expiación por su alma. Él vino para comprar, lavar, purificar y redimir su alma, para que, entonces, usted tenga la vida eterna y sea feliz. Fue eso lo que el Señor Jesús hizo en mí y es eso lo que Él quiere hacer en usted. ¿Por qué Él no lo hizo aún? Porque usted aún no se rindió a Él. Ahí está el problema: el Señor Jesús pagó el precio por su alma, pero usted insiste en no entregarse a Él. Sepa que somos doblemente de Dios, pues, además de haber sido creados por Él y tener Su aliento de vida en nosotros, fuimos comprados con la sangre de Su Hijo. Por lo tanto, no pertenecemos a nosotros mismos, como les afirmó el apóstol Pablo a los corintios (1 Corintios 6:19-20).

En otra ocasión, les dijo a los romanos:

Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos (Romanos 14:7-8).

Teniendo en cuenta eso, estemos conscientes de que nuestra vida fue adquirida y bien pagada; por lo tanto, el Altísimo es el legítimo Dueño, mientras que Satanás es un mero impostor.

Continuará…

Si le interesa lea también: Póngale fin al dolor de su alma (Parte II)

Libro: Secretos y Misterios del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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