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Fe y sentidos

Fe y sentidos

La fe es independiente de nuestros cinco sentidos. El hombre natural es una creación de los sentidos; él todavía ve o siente los síntomas de la aflicción, insiste en creer en lo que sus sentidos le dicen, en vez de creer en lo que la Palabra de Dios afirma. La fe, al contrario, no es influida por lo que el ojo ve y, de hecho, ni le presta atención. La fe no honra los sentidos naturales del hombre, sino que recibe su fuerza de la Palabra inmutable de Dios. De hecho, si no fuese ésa la naturaleza real del hombre, no habría necesidad de algo que Dios requiere de nosotros, que se denomina fe. ¿Habría necesidad de la fe para aquello que el ojo ya ve, o para aquello que la mano palpa? La fe es una certeza íntima de algo que se espera, y que positivamente sucederá, cualquiera que sea la situación, el momento o incluso el lugar donde nos encontramos. Por tanto, así dice Dios el Señor: “He aquí que yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure” (Isaías 28:16). Así podemos afirmar que la fe es más una cuestión de aceptación de aquello que Dios prometió en Su Palabra y que ya se cumplió antes que cualquier otra cosa.

La persona que tiene fe espera pacientemente para tomar posesión de aquello que por la fe ya le pertenece. No se apresura, o huye y mucho menos procura “echar una manita” a Dios; ¡no! Da por cierto lo que Dios ha prometido.

Hoy yo entiendo por qué el Señor dijo: “el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10:15). Él habló de esta forma, porque la fe para el mundo escéptico es un gran misterio, incomprensible y que escapa de la razón humana, y es exactamente por esta razón que nosotros, para poseerla, necesitamos abstenernos de la sabiduría humana y volvernos niños, que en su humildad e inocencia aceptan la Palabra de Dios de todo su corazón.

Otro gran ejemplo de fe es el hecho de creer en el Señor Jesús, sin haberlo visto ni una sola vez. No le hemos visto nacer de una virgen, vivir, morir y resucitar; sin embargo, nuestra creencia en Jesús es tan fuerte y tan absoluta, que somos capaces hasta de morir por Él, si fuese preciso, incluso no habiéndole visto jamás. Y esto, ¿no es una fe maravillosa? ¿Cómo puede esto suceder, o “cuál es la explicación para tal hecho? Solamente la fe es capaz de responder a estos y otros interrogantes. Es decir, incluso no viéndole, nosotros tenemos la absoluta certeza de la realidad de Su Santa Persona.

Podría alguien intentar probarnos lo contrario incluso con pruebas incontestables, pero jamás nos despojaríamos de esta firme convicción. ¿Por qué? Yo respondo: ¡es la fe! Si un ángel descendiera del cielo e intentara persuadirnos de que Jesús es sólo un mito, aún así, jamás aceptaríamos como verdadero su testimonio, pues la fe es mucho más fuerte que todo al estar fundamentada en la Palabra de Dios y ésta consolidada en nuestros corazones por el Espíritu Santo. ¡Aleluya! La fe es una parte de Dios dentro de cada uno de nosotros; por eso, podemos sentir su poder, capaz de posibilitarnos para hacer cualquier cosa, e incluso afirmar como el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

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