¿Hacia dónde va su alma?

El ser humano es una criatura inteligente, que piensa y sabe evaluar bien todas las cosas. Las personas saben observar su propio cuerpo y decir si están engordando, adelgazando o si están iguales. Saben evaluar su apariencia, su fuerza y su posición frente a los demás, pero difícilmente encontramos a alguien que sepa evaluar su propia vida espiritual, el estado de su alma y su condición delante de Dios.

Ante tanta búsqueda por la estabilidad y por la felicidad en este mundo, tenemos que resaltar que las mayores promesas de Dios para el hombre no se refieren a la salvación del cuerpo o a la seguridad de aquí.

Las mayores enseñanzas del Señor Jesús no fueron dadas para salvar el cuerpo, pues este se deteriorará con el paso del tiempo y, después de la muerte, se pudrirá en la tumba hasta desaparecer.

La mayoría de las personas desconoce esta realidad. Muchas viven en función de su cuerpo, de su belleza y de su estética; gastan horas en los gimnasios; compran productos de belleza carísimos, se hacen cirugías plásticas, se estiran, se cortan, cambian y se colocan un poquito aquí y allá, a fin de estar satisfechas con su propia apariencia. Cuidan el cuerpo con tanta estima, pero, cuando ese cuerpo muere, nadie quiere quedarse con él. ¡Incluso las personas que más las aman quieren sepultarlas enseguida, antes de que todo comience a generar bichos!

Discúlpeme por hablar así. Sé que estas palabras impactan a algunos, pero esta es la realidad de la vida: el cuerpo en el cual usted tanto invierte tiempo, dinero y cuidado, un día se volverá polvo. Por lo tanto, es la parte menos importante de la trinidad.

El Señor Jesús no vino a este mundo para salvar nuestro cuerpo. Vino para salvar nuestra alma.

Continuará…

Libro: Secretos y Misteriosos del Alma
Autor: Obispo Edir Macedo

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