La lengua

“La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos.”

Proverbios 18:21

El Señor Jesús dijo:

“O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.”

Mateo 12:33-37

Si nuestra mente debe ser un motivo de constante vigilancia, nuestra lengua no debe ser menos importante. ¡Según las Palabras del Señor Jesús, es ella la que nos justifica o nos condena! ¡Ella es la que nos revela lo que está dentro del corazón y tiene poder para traer tanto la vida como la muerte! El diablo sabe que si consigue poseer la mente, entonces, tendrá el poder de la lengua a su disposición para poder llevar destrucción a los cuatro rincones de la tierra.

¡La lengua puede servir como instrumento del espíritu de la propia persona, del Espíritu de Dios o del Espíritu maligno! Con ella se alaba, canta y glorifica a Dios, pero también se maldice, se insulta y difama a las personas creadas a la semejanza del Altísimo…

La Biblia afirma que:

“Seis cosas hay que odia el Señor, y siete son abominación para Él:

1) Ojos soberbios.

2) Lengua mentirosa.

3) Manos que derraman sangre inocente.

4) Corazón que maquina planes perversos.

5) Pies que corren rápidamente hacia el mal.

6) Testigo falso que dice mentiras.

7) El que siembra discordia entre hermanos.”

Proverbios 6:16-19

En esta lista de siete cosas que el Señor aborrece, dos se refieren a los pecados de la lengua. El cristiano que se dispone a servir a Dios como un verdadero discípulo del Espíritu Santo, debe tener los debidos cuidados con la propia lengua, en vez de juzgar la lengua de los otros, especialmente la de aquellos que también son siervos del mismo Señor.

Nosotros sabemos de muchas personas que tuvieron la osadía de criticar a los ministros de Dios, incluso, haciendo levantar falsas sospechas de ellos para los incrédulos, y ¡de repente perdieron la vida! Otros se quedaron leprosos, como fue el caso de María, hermana de Moisés.

El apóstol Santiago nos hace una seria advertencia, respecto a la lengua, diciendo:

“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo. Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Ahora bien, si ponemos el freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes vientos, son, sin embargo, dirigidas mediante un timón muy pequeño por donde la voluntad del piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida. Porque todo género de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se puede domar y ha sido domado por el género humano, pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal. Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso una fuente por la misma abertura echa agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos? Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua dulce.”

Santiago 3:1-12

Tal vez el control total de la lengua sea casi imposible, sin embargo, podemos pedir a Dios que nos guarde contra nuestra propia lengua como hizo el rey David, diciendo: “Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios.” (Salmos 141:3).

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