El informado en la fe se pierde en la búsqueda del porqué; el formado, tiene plena aceptación. El primero especula desde el ministerio de la Trinidad hasta el ombligo de Adán; el segundo, cree solamente.
Los informados van al fondo en las divagaciones irrelevantes. Como ejemplo extremo de eso, tomemos el tan discutido ombligo de Adán. ¿Lo tenía Adán? Si tenía, ¿para qué le habría servido a él? Y Dios, ¿habría creado algo sin propósito? Si no tenía, ¿no sería Adán entonces un ser imperfecto? Pásmese, amigo lector, pero todo eso ya fue exhaustivamente discutido en el campo de la Teología.
Los teólogos más osados llegaron a enseñar que Dios había creado tales dudas para experimentar más tarde la fe de los hombres, es decir, para hacer un test si preferían ser racionales o devotos… La verdadera función y utilidad del comentado ombligo sería intentar que los hombres cayesen en pecado al juzgar conforme a la razón… Cierto es que, en cuestión de fe, la razón no es buena consejera, pero relacionar el ombligo de Adán a un designio de Dios con Su criatura vale sólo para ejemplificar la tonta especulación teológica de los desocupados en la fe dedicados a investigar en el campo de las cosas encubiertas que nos habla Deuteronomio 29:29.
Esas cosas encubiertas, amigo lector, podemos imaginarlas así como un tapete tejido por Dios. Nosotros, cristianos, estamos apostados por detrás de ese maravilloso bordado. Vemos, apenas y por el anverso, el perforar de la aguja, el apretar de los hilos de la vida y el rematado de los hilos. El lado derecho de esa esplendorosa obra que Dios nos teje con hilos de oro, solamente a Él le es dado apreciar. No obstante las enseñanzas bíblicas, los doctos en la fe quieren apreciarla antes de tiempo. Parece que, a pesar de la tragedia en el Edén, esas personas aún insisten en probar del fruto de la ciencia y ser como Dios (Génesis 3:5). En verdad, de especulación en especulación llegará la duda y, después, la irremediable apostasía intelectual.
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